El primer ministro del Reino Unido, David Cameron, complió este domingo una década como líder del Partido Conservador con una cómoda mayoría parlamentaria y los retos de combatir el yihadismo y convocar un referéndum sobre la UE.
El 6 de diciembre de 2005, Cameron, entonces con 39 años y cuatro de diputado, fue elegido cabeza del opositor Partido Conservador por delante del aspirante favorito, David Davis, al impresionar a los militantes en las elecciones internas con un discurso fresco y optimista que pronunció de memoria.
Con el objetivo de "inspirar a una nueva generación", el ascenso del joven diputado, millonario y aristocrático pero también urbano y moderno, se vio como la respuesta conservadora al éxito del dinámico líder laborista Tony Blair, que gobernó entre 1997 y 2007.
Diez años después, Cameron, casado con la aristócrata Samantha y con cuatro hijos -uno de los cuales, discapacitado, murió en 2009-, está en la cúspide de su carrera política, aunque afronta retos significativos que marcarán su legado.
De momento, ya se ha convertido en el cuarto político conservador que cumple una década al frente de la formación desde principios del siglo XX, por detrás de Stanley Baldwin, Winston Churchill y Margaret Thatcher.
Su promesa de no presentarse a las próximas elecciones generales, previstas para 2020, significa que no podrá batir a Thatcher en su récord de permanencia en el Gobierno, cifrado en 15 años, 9 meses y 17 días.
De apariencia relajada -menos cuando se irrita y comprime los labios- y seguro de sí mismo, Cameron llegó al poder en 2010 pero sin mayoría absoluta, por lo que tuvo que formar el primer Gobierno de coalición tras la segunda Guerra Mundial, con los liberaldemócratas de Nick Clegg.
Con un Partido Laborista abatido por la crisis económica de 2008, dedicó su primera legislatura a aplicar duros recortes para reducir el déficit que motivaron masivas manifestaciones de estudiantes por la subida de las tasas universitarias y una oleada de revueltas callejeras en Inglaterra en 2011.
También se vio salpicado por el escándalo de las escuchas ilegales en la prensa, en el que estuvieron implicados su exasesor Andy Coulson y varios amigos, entre ellos la antigua directora del "Sun" Rebeka Brooks.
Aunque quiso enfocar la política exterior en el cultivo de las relaciones comerciales, bajo su Gobierno se atacó Libia en 2011 y el Reino Unido participa actualmente en los bombardeos aéreos liderados por Estados Unidos contra los yihadistas del Estado Islámico en Siria e Irak.
Contra pronóstico, y en buena medida gracias a la crisis ideológica de los laboristas, Cameron fue reelegido el pasado mayo por mayoría absoluta -a costa de sus socios liberaldemócratas, que pasaron de 56 a 8 diputados-, lo que le permite ahora impulsar sin ataduras su agenda conservadora.
Si bien socialmente ha sensibilizado al partido -con la introducción, por ejemplo, de los matrimonios homosexuales-, el primer ministro persiste en el objetivo "tory" de reducir el papel del Estado y los servicios públicos y liberalizar la economía, lo que le asegura el apoyo de la clase empresarial.
Uno de los principales retos esta legislatura es la lucha contra el terrorismo yihadista del grupo Estado islámico, con la que ha reforzado su compromiso ampliando a Siria los bombardeos aéreos que desde 2014 realizaba en Irak, y que puede hacer aumentar el riesgo de atentados en suelo británico.
Otro desafío es sin duda la negociación que ha emprendido con la Unión Europea para promover una reforma interna que le permita defender la permanencia en el bloque comunitario en el referéndum que ha prometido convocar en el Reino Unido antes de finales de 2017.
Cameron, que demanda una restricción de los derechos migratorios y garantías de que Londres conservará sus privilegios en el mercado único, debe conseguir cambios suficientemente profundos para convencer a la pertinaz ala euroescéptica de su partido.
Con aparente impasibilidad, el líder conservador ha sobrevivido además durante estos diez años a sorprendentes historias de índole personal publicadas en la prensa.
Entre ellas, su pertenencia al infame Club Bullingdon cuando estudiaba en la universidad de Oxford, formado por chicos ricos que se dedicaban a emborracharse y destrozar restaurantes cuya factura pagaban después al contado, y su presunta participación en una extraña ceremonia sexual de iniciación con un cerdo.
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