Fue el entonces joven sacerdote José Sebastián y Bandarán el primero que hizo pública la noticia, y el día 2 de Febrero de 1917 se dirigió un manifiesto a los católicos sevillanos, suscrito por los miembros de un comité ejecutivo formado por Ramón Ybarra González como presidente, y del que eran vicepresidente Manuel Rojas Marcos, tesorero José Díaz Molero, secretario José M. López-Cepero Muru y vicesecretario José Sebastián y Bandarán. Las obras se iniciaron en agosto de 1918. Al depositar la primera piedra se incluyó una caja con un escrito, firmado por los miembros del Comité y la lista de los donantes de la suscripción abierta. La citada lista de donantes quedó depositada en el basamento del monumento y la componen mil setecientos sesenta nombres, entre los que se recaudaron 102.952,52 pesetas, con las que se pagaron todos los gastos, incluida la factura del escultor, sobrando 4.354,90 pesetas que se emplearon en la iluminación del monumento.
El monumento en honor de la Inmaculada Concepción que se alza en la plaza del Triunfo, tiene su origen en una propuesta del Ayuntamiento de 1882. Luego, en 1900, fue relanzada la idea por el "arzobispo de los pobres", hoy beato Marcelo Spínola y Maestre [San Fernando, Cádiz, 1835-Sevilla, 1906]. La inauguración y bendición correspondió al cardenal arzobispo Enrique Almaraz y Santos [1847-1922], el 8 de diciembre de 1918. La escultura es de Lorenzo Coullaut Valera [1876-1932], y el proyecto del basamento del arquitecto José Espiau y Muñoz [1884-1938], de forma poligonal, con columnas jónicas neoclásicas, sobre una grada octogonal. En los cuatro frentes del monumento están representados Juan de Pineda, Murillo, Martínez Montañés y Miguel Cid, todos vinculados al dogma de la Inmaculada Concepción. Las cartelas de las gradas incluyen también referencias al citado dogma.
En diversas obras publicadas, Fausto Sánchez Blázquez y Teresa Lafita, informan de sus aspectos artísticos; Eduardo Ybarra Hidalgo, de los históricos, y nosotros de la costumbre de rendir homenaje a la Inmaculada la víspera de su festividad. En efecto, después de los años republicanos y de guerra, se reanudó la costumbre iniciada en 1927 por un grupo de jóvenes alumnos de los Luises, de visitar la plaza del Triunfo durante la media noche del día 7 de diciembre, víspera de la fiesta religiosa de la Inmaculada Concepción, para cantar la Salve y ofrecer flores ante la imagen del monumento.
Durante los años republicanos, esta costumbre sufrió los avatares de la persecución religiosa, e incluso el monumento y la imagen sufrieron desperfectos en leves atentados, y en el Ayuntamiento hubo una propuesta para derribarlo. Después del verano de 1936, como reacción contraria a los años de persecución religiosa, fue el propio Cabildo municipal el que intentó darle carácter oficial al acto mariano de la plaza del Triunfo, pero fracasó al restarle el sentido íntimo y exclusivamente espiritual con que había sido concebido por sus creadores, los tres jóvenes estudiantes Juan Manuel Rodríguez Jurado, Guillermo Perea Guardeño y Leandro Díaz de Urmeneta, como bien recordó en 1991 el sacerdote Federico María Pérez-Estudillo, combatiendo, además, la desnaturalización del acto mariano durante los últimos lustros. Problema que sigue vigente.
Cuenta Eduardo Ybarra Hidalgo que la plaza del Triunfo pareció el lugar más adecuado para levantar el monumento de la Inmaculada Concepción, exigido para conmemorar el III Centenario del Voto y Juramento Concepcionista que realizaron en 1617, conjuntamente los Cabildos Catedral y Municipal.
El proyecto de Espiau para la plaza del Triunfo, como el de Talavera para el edificio de la Compañía Telefónica, y el de Aníbal González para las torres de la plaza de España, provocaron polémicas por el rechazo de la Real Academia de Bellas Artes a que estas obras fuesen aprobadas por el Ayuntamiento.
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