Notas de un lector

Tiempo de balcones

Tiempo de balcones”, ganador de la décimo sexta edición del premio “Paul Beckett” de poesía, es un libro unitario, tejido con la solidez de un autor que sabe compaginar la naturalidad de su verbo con la fe de una palabra que fluye sobria y solidaria.

En el año 2005, Luis Moreno obtenía en Soria el premio “Gerardo Diego” con su libro, “Defensa de la noche”, el cual significaba su bautismo lírico. Aquel volumen, se abría con una reveladora cita de Eugenio de Andrade: “Escribo para ascender/ a las fuentes./ Y volver a nacer”. Y nacía, en efecto, la voz de un poeta que hablaba de lo profundo de manera sencilla, mediante un verso acompasado y rítmicamente exacto.
“Detrás de cada esquina aguarda el mundo,/ no lo saben tus ojos, pero sí/ lo sabe tu memoria”, escribía entonces Luis Moreno. Y, precisamente, desde aquella esquina de su íntima conciencia, pareciera el poeta haber dispuesto su mirada para invitar al lector a pasear los ojos por estas nuevas páginas repletas de lirismo y de autenticidad.

     “Tiempo de balcones”, ganador de la décimo sexta edición del premio “Paul Beckett” de poesía, es un libro unitario, tejido con la solidez de un autor que sabe compaginar la naturalidad de su verbo con la fe de una palabra que fluye sobria y solidaria.
Dividido en tres apartados, “El envés del azogue”, “Los días estrechos” y “Confianza del náufrago”, el poemario se articula bajo el común ideario que el propio poeta revela en el texto que sirve de pórtico: “Vivir es anhelar/ más vida, conservando/ el norte relativo de cualquier certidumbre”.
A la búsqueda, pues, de una identidad que ascienda desde el presente y desde la memoria, me atrevería a decir que para Luis Moreno también “Vivir es ver volver”, memorando el aserto azoriniano. Porque tras esa reveladora dicotomía del ayer y del hoy, va vertebrándose, en efecto, su discurso, en el que caben, a su vez, los dones del amor, las cenizas del odio, las cicatrices del tiempo, el incesante anhelo de una dicha que permita “llegar a otro dolor sin mordedura:/ tener ya para siempre en la mirada/ el deseado paraíso,/ el cercano y ajeno lugar de la promesa”.

     Hacía referencia anteriormente a la cita que abría su primer poemario, y traigo también hasta aquí, la que precede a esta nueva entrega, y que firma el escritor navarro Ramón Andrés: “El cielo es cuanto queda de nosotros”.
Del cielo, de sus azules, de sus ángeles.., sabe, y mucho, nuestro poeta y por entre estas páginas también se han colado y han querido dejar su impronta unos “ángeles [que] atraviesan ambos mundos”, y que custodian, vigilan, y alientan el día a día del yo lírico.

    Luis Moreno ha volcado con buen tacto y mejor verso unos poemas que escuchan los rumores de la vida y del mundo, mediante un discurso que en ningún caso pretende la grandilocuencia, ni busca la sorpresiva pirueta que tantas veces deriva en vacuidad. Su cántico son pedazos de vida, instantáneas latentes de una existencia que destila compromiso y verdad sin máscaras.Sujeto y testigo de cuánto acontece, el vate madrileño ha pergeñado, en suma, un poemario de varia resonancia, de sobria expresividad, aderezado por la compleja virtud de hacer claro lo enigmático. Un poemario, sí, que se extiende y que se agranda hasta un presente que haga realidad cuanto el corazón anhela: “Me dice el corazón aunque soy ciego,/ que es tiempo de balcones/ y hay una luz reciente que se asoma/ a los ojos nublados y los salva”.

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