El Loco de la salina

Ver para creer

Les digo que, aunque esto es un estado aconfesional y mucha gente no es católica, el Ayuntamiento no pasa del tema y se pringa hasta las cejas.

Volvemos a la calma. El silencio va resucitando poco a poco y la bulla se va apagando. Cada vez escuchamos menos tambores y menos trompetas ahí fuera. Por un momento y a lo largo de estos días pasados, los locos llegamos a creer que se avecinaba el fin del mundo y el juicio final. Porque el juicio final, según nos han contado siempre desde pequeñitos, debe ser así, a base de trompetas y tambores por todo lo alto y sin dar tregua. Pero no. La normalidad parece que se va recuperando, aunque hay que tener en cuenta que lo que es normal aquí dentro, es locura ahí fuera y viceversa. Algunos locos no se creen la mitad de las cosas que les cuento sobre lo que hacen muchos cuerdos durante estos días fuera de estas cuatro paredes.

En primer lugar, no se creen que pueda existir una semana santa, porque para ellos ninguna semana del año es pecadora o santa, sino que todas sin excepción son locas y tienen siete días más o menos pasables. Tampoco se creen que existan jóvenes que se metan debajo de unas maderas para echarse encima un montón de kilos durante un montón de horas. Y, cuando les digo que incluso ensayan antes de la semana santa para llevar el compás, me dicen que tarde o temprano terminarán ingresando en este manicomio.

Les explico que esos que cargan se ponen las espaldas llenas de moratones por llevar tanto peso e incluso algunos se hacen polvo la columna vertebral, y no me creen. Les digo que tienen sus masajistas y sus psicólogos y a mis amigos no les cabe en la cabeza. Yo les cuento que parece que los cuerdos se toman esto como un espectáculo capaz de atraer a los turistas, porque los turistas están hartos de contemplar cosas normales y quieren ver algo distinto a lo que pueden ver en cualquier otro lugar del mundo, pero los locos me preguntan que si los turistas vienen aquí a La Isla. Me dejan sin respuesta y les tengo que decir que los balcones del Salymar se ponen así de llenitos. En todo caso, yo no sé cómo explicarles muchas cosas para que ellos las entiendan.

Les digo que, aunque esto es un estado aconfesional y mucha gente no es católica, el Ayuntamiento no pasa del tema y se pringa hasta las cejas. No se lo creen, porque comentan que las autoridades en su vida particular pueden hacer lo que les venga en ganas, pero como institución, no debieran estar al frente de estas cosas, a no ser que estén buscando votos. Les digo que incluso la guardia civil se pone delante de los pasos y me dicen que les estoy contando una película de ciencia ficción. Les parece increíble. Les explico que los que hacen penitencia llevan unos capirotes terminados en punta y me dicen que no acaban de ver la relación entre penitencia y capirote.

Les explico que, si llueve, los penitentes lloran por no poder salir a la calle a hacer penitencia y me dicen que lo tienen que ver para creérselo. Les cuento que para muchos de esos penitentes la penitencia consiste en dejar caer un poco el cirio para que los niños hagan una grandes pelotas con la cera, y me dicen que no entienden nada de nada. Les explico que entre las distintas cofradías hay competencia a ver quién lo hace mejor (no se sabe qué es hacerlo mejor) y se quedan flipando en colores.  

En fin, son tantas cosas, que mejor dejarlo así, porque son muchos siglos de gota malaya sobre las cabezas como para ahora llegar y comenzar a buscar explicaciones de todo lo que ocurre ahí fuera. Yo les digo a mis amigos los locos que nunca comprenderán a los cuerdos y que tengan la conciencia de que el manicomio en realidad no es el espacio que abarcan estas cuatro paredes, sino que es lo que permanece fuera de ellas. Y a la vista está.

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