Sevilla

Memoria de la ciudad de los “años del hambre” (VI)

Trece años de racionamiento dieron un carácter singular a la vida española (1940-1952), único en su historia, marcando el futuro de la sociedad...

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El esfuerzo sacrificado de tres generaciones  durante los “Años del hambre” haría posible el bienestar social de las décadas siguientes. El objetivo abnegado de la sociedad era "que nuestros hijos no sufran las mismas penalidades que nosotros..." La idea de Cruzada no fue iniciativa de Franco, sino de los obispos ante la crueldad de la persecución sufrida durante la República y el Frente Popular marxista... Las tres generaciones acumularon experiencias sin precedentes. La más veterana, la de los abuelos, conoció el Desastre del 98 o sus dramáticas consecuencias inmediatas; las grandes y repetidas crisis sociales, económicas y políticas que acabarían desacreditando y hundiendo al Régimen monárquico; las trágicas guerras africanas, con sus secuelas peninsulares; la Dictadura de Primo de Rivera y la proclamación de la Segunda República...

Trece años de racionamiento dieron un carácter singular a la vida española (1940-1952), único en su historia, marcando el futuro de la sociedad. Las tres generaciones coincidentes en el largo período de tiempo conocido por los “años del hambre”, fueron protagonistas o testigos excepcionales de una inédita y compleja situación social, económica y política que influiría en su formación humana y cívica y también sería decisiva para el acontecer nacional de las siguientes décadas. Las personas que vivieron esa etapa de la vida española hicieron un enorme esfuerzo para sobrevivir y convivir, dando ejemplares testimonios de grandeza humana, legando una herencia paradigmática... Ni el olvido ni la frivolización de la historia de los años cuarenta, pueden admitirse como pagos a tantos sacrificios colectivos. Las generaciones posteriores les deben gratitud.

Muchos de los abuelos de los años cuarenta y cincuenta, también tomarían parte en la Guerra de España o serían víctimas del enfrentamiento fratricida. Para ellos, las penalidades de la postguerra, eran una continuación de las sufridas desde las primeras décadas del siglo XX...

Los hijos de la primera generación fueron los principales combatientes de la guerra civil. Muchos de ellos en el comienzo de la juventud, convirtiéndose anticipadamente en hombres expertos al tener que vivir en circunstancias extremas. Luego también serían los protagonistas más directos de la postguerra, la “generación puente” entre la guerra y la paz, la que tendría que hacer frente por dos veces, sin pausa, a los años más difíciles de la centuria... Ellos tendrían la facultad de desarrollar como ninguna otra generación, la capacidad de felicidad, el saber apreciar en sus justos valores los beneficios sociales y económicos proporcionados por el desarrollismo de los años sesenta y siguientes. Serían la base de la nueva clase media, cada vez más extendida, que tuvo como divisa un pensamiento abnegado: “Que nuestros hijos no sufran las mismas penalidades que nosotros...” Y fue verdad que se sacrificaron por sus hijos, que les dieron muchísimo más de lo que ellos pudieron recibir, en un esfuerzo social sin precedentes en la historia de España.

Por último, los hijos de esta segunda generación y nietos de la primera, conocerían en su infancia por referencias permanentes, las penalidades de la pasada guerra civil. Muchos sufrirían orfandad por la prematura muerte de sus padres en los frentes de batallas o fusilados en las tapias y cunetas de las retaguardias, llevando su dolor con infantil orgullo o callado resentimiento que marcaría sus vidas para siempre. Tendrían una infancia dura por las consecuencias naturales de la postguerra, agravadas por el injusto aislamiento internacional; conocieron y quedarían grabados en sus mentes de niños-hombres los sufrimientos, privaciones y dificultades de todo tipo de sus padres y abuelos para sobrevivir y evitarles a ellos las mismas penalidades. Y serían los hombres de los decisivos años sesenta y setenta...

La cuarta generación, los nacidos bastante después del medio siglo, ya no conocerían lo que supuso para sus padres y abuelos, pasar del botijo y la fresquera al refrigerador y el congelador, de la visita diaria a la plaza de abastos a la compra semanal en el hipermercado, del tranvía al automóvil, del castigo del analfabetismo a la asegurada asistencia al instituto de segunda enseñanza, de la Universidad para privilegiados a la masificación de las facultades, de bañarse en la playa de María Trifulca o en La Barqueta al apartamento en la costa, del corral de vecinos a las nuevas barriadas de torres y zonas verdes, del pisito de barrio al chalet adosado de la periferia, del baño de cinc para lavarse los sábados al cuarto de baño, del padrón municipal a la cartilla del seguro de enfermedad, del Hospital de las Cinco Llagas y las casas de socorro a los hospitales de la Seguridad Social, del hambre del paro al subsidio de desempleo, de comer todos los días de milagro al plan de adelgazamiento, de la emigración a la inmigración, de las radios de galena o lámparas al transistor, de la gramola de cuerda al equipo musical estereofónico, de la placa de pizarra al “compact disc”, del lebrillo con refregador a la lavadora y secadora automáticas, del lavado a mano de los utensilios domésticos al lavaplatos, del escobón y el plumero a la aspiradora, de tener que hablar por teléfono en el locutorio del barrio al teléfono portátil para andar por casa; de ver los “cuadros” en la Alameda de Hércules o el Prado de San Sebastián, en ocasiones llevándose la silla a cuesta, a ver la televisión y el videocine repanchigados en el salón de su propia casa. Y un larguísimo etcétera.

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