Muchas veces nos ayudamos de figuras e imágenes para mostrar con explicitud lo que en palabras alargaría definir. Esta imagen, física o literaria, aglutina significados que producen de forma inmediata una reacción en nosotros.
Si dibujamos un STOP cerrado con un círculo – línea cerrada -, todos prestamos atención ante esa inequívoca señal. Algo, casi inconsciente por asumido, nos lleva a reaccionar de manera inmediata al haber incorporado al lenguaje común su símbolo.
Cuando trazamos una línea, en muchos casos estamos delimitando espacios o cerrando superficies, ya sea sobre el plano o figuradamente, al referirnos a actuaciones, pensamientos o contenidos.
Los colores también tienen su lectura y no suelen ser caprichosos. Se manejan de igual forma. No es lo mismo un azul que un violeta. Ni un ocre que un naranja. El rojo, es el color por antonomasia que impregna de atención aquello que subrayamos, que queremos resaltar y cuyo significado queda sobrepuesto respecto al resto del contenido visual o gráfico.
Podríamos decir que son muchas las líneas que conforman todo el entramado de relaciones, proyectos, ideas o iniciativas de nuestro discurso vital. Demasiadas, me atrevería a decir. Y no solamente a nivel individual, sino colectivo y que atañen a organizaciones y estados, al punto que todo ese entramado vectorial configura hoy día un mapa casi perverso de maquinación e intereses de proporciones confusas.
En ocasiones las líneas no solamente son separadoras. Van más allá. Quieren indicarnos una zona límite, cuyo traspaso modifica la situación de forma sustancial, apremiando riesgos difíciles de retrotraer.
Usamos la línea roja para subrayar. También para indicar el límite sobre el que pende la responsabilidad del siguiente paso, cuya atención reclama la mejor de las disposiciones y criterio para dilucidar el acierto o, por el contrario, la pervivencia de la confusión.
En este sentido hay una línea roja que reclama toda nuestra atención. Y no es otra que la infausta e irrisoria farsa a la que nos vemos sometidos a diario por parte de estamentos políticos, pretendiendo hacernos comulgar con pan de molde, tergiversando el legítimo sentido y significado de las palabras y así escurrir ladinamente el bulto.
Para quienes no somos afines a demasiados extranjerismos, paráfrasis o terminologías aducidas por la avaricia del mercado, sigue gustándonos usar el nombre de las cosas.
Seguimos encontrando diferencia entre términos y significados.
De forma entusiasta, el ministro de Justicia parece haber desistido, intentando seguramente seguir argumentos adoctrinados, o bien apabullado por la cantidad de sinónimos que concurren señalando a una parte, en nada despreciable, de integrantes y paralelos del partido que representa.
Imputado, encausado o investigado, naturalmente tienen su propio significado.
De forma individualizada, los matices de cada palabra tienen un alcance y han sido creadas, dentro de la evolución del lenguaje, para delimitar aquellos ángulos específicos que las conforman.
Ante la continuada sucesión de imputaciones en las que se encuentran miembros y ex miembros de partidos políticos, la pronunciación o escritura de la palabra imputado adquiere, en estos momentos, dimensiones sin parangón. No es extraño que apabulle, ruborice y atemorice al mismo tiempo. Sobre todo siendo coetánea y compañera de asientos, cargos y sobrecargos en las diferentes instituciones.
Parece que ésta, línea roja a la que nos estamos refiriendo, marca definitivamente el límite e idea que el propio gobierno, a través del ministro de turno, tiene del ciudadano. Así como parece también querer hacer desaparecer de un plumazo la correlación e identificación que se establece de esta palabra – imputado – con lo que representa.
Pero eso no es todo. Actuaciones como estas, implican y coadyuvan una calificación hacia todos los que consumimos esta información y gestión. Roza lo ridículo y casi ofensivo. O lo que es lo mismo: venir a despistar el término para así despistar su esencia.
Están surgiendo de forma reiterada manifestaciones de sesgo informativo y lingüístico. Como por ejemplo la afirmación del jefe del Ejecutivo diciendo que “hay imputaciones e imputaciones”.
¿Querrá eso decir que hay imputaciones buenas y malas?
Siguiendo el diccionario de la R.A.E, imputar es atribuir a alguien la responsabilidad de un hecho reprobable, e imputado es aquel contra el que se dirige un proceso penal.
Encausar es formar causa a alguien, proceder contra él judicialmente y encausado/a es aquella persona sometida a un procedimiento penal.
Investigar es hacer diligencias para descubrir algo. Aclarar la conducta de ciertas personas sospechosas de actuar ilegalmente.
Parece propio suponer que la investigación se deriva de un hecho precedente, viniendo a ser efecto en vez de causa. Y normalmente solo se produce cuando el ´asunto´ lo requiere. Es decir hay causa de investigación.
Por otro lado la diferencia semántica entre encausado e imputado, como más arriba especificamos, adquiere un matiz de diferenciación tan escaso, que parece inverosímil que se gasten los recursos sociales en modificaciones de Ley tan sutiles, por no decir ridículas.
Hasta cuando nuestros políticos, apelando al bienestar de los ciudadanos, como es el caso, miran hacia su ombligo en prevención, primero, de su posible inflamación. Hasta cuando ese descarado estatus de defender posturas que, por evidencia y repetición, deberían desaparecer del mapa de la gestión pública.
Hasta cuando la pervivencia del poder por el poder está por encima de los dictados de la conciencia, la ética y la dignidad.
No cabe posibilidad de equívoco frente a delaciones de tan infortunadas actuaciones.
Pero en los casos que hacemos referencia, no hay denuncia por medio. No hay imputación. No hay juez que admita a trámite. Ellos mismos se delatan. Concurren por propios medios al esperpento del naufragio en tierra firme, aduciendo que el que imagina el naufragio es el que está enfrente.
Existe una línea roja que no se debería traspasar. Una línea que pone a cada uno en su sitio, donde le corresponde y que diferencia muy bien el ámbito de responsabilidades de cada cual. Una línea que define con exactitud quien tiene la obligación de, siendo humano, dar ejemplo de actitud y aptitud salvando también la dignidad de las instituciones, muy por encima de cualquier razón, estatus y controversia de partido.
Siempre existe la posibilidad de rectificación.
Más causante aún es no ofrecer la credencial correspondiente y pensar que el ciudadano no se da cuenta de ello.
El devenir histórico por excelencia indica que hay colores y líneas que es mejor no ensanchar.
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