Cercano ya a la veintena de poemarios publicados, Pedro Flores (1968), conserva intacta su juvenil y apasionada devoción por las letras. Ahora, con el aval del premio “Oliver Belmás” de poesía, ve la luz “Como pasa el aire sobre el lomo de una bestia” (Tres Fronteras Ediciones. Murcia, 2014).El título, tomado de una cita del poeta cubano Luis Rogelio Nogueras (1944-1985), es ya un indicio de la propuesta que nos entrega -aquí y ahora- el vate canario.
Es habitual, que la mayor parte de los jurados de los distintos certámenes -sea el género que sea-, tienda a alabar la obra galardonada. Pero, doy fe, de que en este caso concreto, me sorprendió la sincera rotundidad con la que autores de lacategoría deEloy Sánchez Rosillo, Vicente Gallego, Luis Alberto de Cuenca, Blanca Andreu…, proclamaron de forma unánime las bondades de este libro: “Es un hallazgo maravilloso y hermoso, cargado de poesía honda y verdadera sobre lugares y cosas cotidianas, elaborado con un lenguaje extremadamente cuidado”.
Tras la atenta lectura -y relectura- del poemario, me sumo, cómplice, a los comentarios citados. Y lo hago, además, ratificando lo que he ido apuntando -apuntalando- en ocasiones anteriores. La voz de Pedro Flores es una de las referencias más destacadas de la poesía española de su generación. Su decir, se sostiene a partir de una experiencia vitalista que resuelve en versos de contenida emoción y un discurso trascendente y renovador, que abarca desde el lenguaje culturalista hasta la jerga más coloquial.
Al hilo de estas páginas, hay trazado un itinerario donde la esencia del yo lírico, ahonda en su verdad para poder deconstruir su misma existencia. Y lo hace, dialogando en muchas ocasiones, con su estirpe más próxima.
Y así, al tío abuelo Manuel, cuyos ojos aún “parecen vivos”, lo sienta “en el sillón de la salita/ donde cada tarde mira la tele la familia”; a la tía Teresa, le dedica la elegía que le debía, y la emparenta con la poesía, “una vieja loca y hermosa que huele a infancia y a ciruelas”; al abuelo, lo recuerda al par de sus zapatos duros y lustrosos, “Sólo yo de entre todos sus nietos/ tenía pies iguales a los tuyos”; bajo el título de “Sólo tú, abuela, podías hacer de la muerte una cuestión de ornitología”, homenajea a quien aún sigue tan cerca de su alma: “Y ahí estás/ como una golondrina seca y tiesa/ que siempre confundió los cristales/ con el cielo”.
Pero tras esta poética foto de familia (“¿Ya están todos?/ Sonrían,/ por favor,/ los vivos también”), hay asimismo una realidad que afila las deshoras de la vida con su inquietante tic-tac y que imanta con su penumbra el latido del complejo y diario acontecer.
En esta nueva entrega de Pedro Flores, encontrará el lector, pues, el ácido almíbar de la existencia, el trago agridulce de saberse nacido para el desamparo y el consuelo.Mas todo ello, tamizadopor la sólida virtud de apoyarse en un lenguaje fresco, original, y la esencial ventaja de estar dicho con la tinta que corre por la sangre de un autor que respira poesía: “Quiero odiar,/ segregar por poros y belfos/ la espuma de la rabia,/ pero me salen versos”.
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