El éxito de la cinematografía andaluza en los premios Goya 2015 ha sido de tal dimensión que ha superado las previsiones favorables que ya teníamos desde el estreno de La Isla Mínima en el pasado Festival de San Sebastián, donde el director de cinematografía, Alex Catalán, recibió el primero de un aluvión de premios que vendrían después.
La gala ha tenido un triunfador claro pero todo en ella sonaba en andaluz, desde el presentador, el malagueño Dani Rovira, el magnífico discurso del Goya de Honor a Antonio Banderas y los diez premios que recibió la película de Alberto Rodríguez, por no referirme a otros momentos de marcado acento andaluz.
Sólo cuatro películas comparten con La Isla Mínima tal número de estatuillas en toda la historia de los premios de la Academia de Cine española, reservado a los grandes cineastas españoles.
Hay que remontarse a los premios recibidos en 1999 por la película “Solas”, de Benito Zambrano, para recordar un éxito así del cine andaluz. Es más, esta película es la que inicia un camino que todos han seguido a partir de entonces. Antonio Pérez y su productora Maestranza Films acudieron a Berlín en busca del oso de la Berlinale, que se trajo la película ante el asombro general, con escasos medios y mucha ambición.
Los Goya sirven de testigo de que cuando hablábamos de la fuerza del cine andaluz no se trataba de una ensoñación. Talento, esfuerzo empresarial y apoyo de las instituciones públicas andaluzas, con Canal Sur entre ellas, han hecho posible esta sorpresa para algunos escépticos sobre sus posibilidades.
No es un cohete solitario que brilla fugazmente. Los grandes oficios del cine, donde se ve si detrás de una película hay mimbres profesionales, se han llevado su premio. No es, pues, una casualidad. No se junta tanto talento y calidad técnica de un día para otro. Detrás de cada premio hay una larga carrera profesional de sus protagonistas. En esa obra coral que es una película todo es esencial para cuajar un gran éxito, aunque no hayan sido premiados en esta ocasión.
Manuela Ocón, brillante directora de producción; Daniel de Zayas, jefe de sonido; los actores Antonio de la Torre, Jesús Castro, etcétera, son parte medular del triunfo de una película extraordinaria.
Estamos hablando de elementos sin los cuales no puede hablarse de industria audiovisual andaluza. Sacromonte Films, de Gervasio Iglesias y José Sánchez Montes, ha hecho posible este momento porque han tenido otros muchos antes en cuya línea han perseverado. Y es ahí donde sorprende más el éxito, porque es notoria la dificultad para sacar adelante financieramente una obra tan compleja en medio de una crisis profunda del cine español. Que no es una crisis de creatividad ni de público. Para analizar la crisis hay que mirar a otros, obligados por ley a fomentar el cine, no a castigarlo con impuestos disuasorios de cualquier esfuerzo.
Con análogo apoyo del que reciben otras cinematografías, la norteamericana o francesa incluidas, nuestros cineastas podrían desarrollar una industria que hoy ya todo el mundo identifica por su fuerza narrativa y calidad visual.
Aunque el voluntarismo y el arrojo es connatural a este noble oficio, a los poderes públicos les corresponde ahora articular políticas activas para que lo que tenemos pueda ser levadura del cine que nos espera.
La Junta de Andalucía está ultimando la Ley del Cine Andaluz, pero las instituciones de apoyo financiero público, las entidades de promoción y de internacionalización de la industria andaluza y la formación de empresarios y profesionales tienen que hacer el resto.
Sin olvidar que el asociacionismo empresarial no puede ser tan débil ni tan reducido. Y a todo esto, echo en falta la creación de la Academia de las Artes Audiovisuales de España, que sea catalizadora del talento y de la industria andaluza.
Ese es el futuro que nos aguarda.
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