La tribuna de Viva Sevilla

Los silencios de Paco Lira

Paco Lira, acogedor de cuantos no comulgábamos con la cultura oficial, era el espíritu progresista de las utopías más aventureras que se pudieran soñar en una dictadura, y en una democracia tan tambaleante e inexperta como la que surgió tras aquella Transición que él ayudó a construir.

La muerte de Paco Lira, la silenciosa muerte de Paco Lira, para cuantos hemos convivido con él largos periodos de la cultura andaluza-sevillana nos lleva a una reflexión que no sólo atañe a nuestra vida, sino a la vivencial historia de la cultura. Yo diría las culturas sevillanas, que con sólo la memoria podemos revivir.

Paco Lira, acogedor comprometido de cuantos no comulgábamos con la cultura oficial artística y política, era el espíritu progresista de las utopías más aventureras que se pudieran soñar en una dictadura, y en una democracia tan tambaleante e inexperta como la que surgió tras aquella Transición que él ayudó a construir.


La Cuadra de la Gran Plaza, la de Guadaíra y la de la Calle Santo Domingo de la Calzada, aparentes tabernas de copas nocturnas, fueron escenarios de los más significativos descubrimientos artísticos y políticos que llenaron la vida de la clandestinidad encubierta.


Todo este espíritu, todo este clima, toda la creatividad que nace en los hombres y las mujeres cuando es cruelmente reprimida la libertad, andaban siempre en torno a Paco Lira. De tal forma eran contagiosos que, años más tarde, casi con los mismos comportamientos, Paco Lira los instaló en un viejo edificio de la calle Levíes, una antigua carbonería a punto de derribar.


Allí Paco hablaba constantemente y en tono bajo de las persecuciones y de la necesidad del grito. Paco tenía la virtud de ocupar los lugares en los cuales instalaba su negocio sin desfigurarlos. La Cuadra debía su carácter a la cuadra real que ocupó; La Carbonería, al negocio de carbón que había sido y cuyas paredes Paco se negó rotundamente a blanquear, dejándolas negras del polvo de carbón que se fue acumulando año tras año.  Dejaba que la historia de los lugares, que eran la inequívoca historia de Sevilla, influyeran en las actividades que en ellos se desarrollaban, creando una estética singular y profunda.


Los lugares de Paco Lira, el aire que se respiraba en esas noches de frío sevillano al calor de las chimeneas que eran aliadas de la convivencia, calentaron, ya fueran la Cuadra de Guadaíra, de Santo Domingo o La Carbonería de la Calle Levíes, a flamencos desde Pastora Pavón a Antonio Mairena, del Bizco de Amate a José de la Tomasa, pasando por Camarón y Perrate de Utrera, a incipientes políticos, a teatreros, pintores, poetas, escritores, estudiantes y tantos otros…


Y el silencioso Paco Lira, que aparecía de cuartos en cuartos, avisándonos con los signos del mudo alfabeto que teníamos para saber cuándo venía y se marchaba la Policía que cuidaba de la cultura oficial, era una silueta grandiosa de generosidad y compromiso que no se borrará jamás de mi mente. Las Casas de Paco Lira fueron lugares donde se cobijaron y nacieron las manifestaciones culturales andaluzas más auténticas que ha tenido el Sur en los últimos tiempos.


Enumerar a los artistas y a los políticos que dejaron en sus obras ese aliento social que flotaba en las Casas de Paco sería casi imposible. Lo que sí estamos seguros de afirmar es que buena parte del arte y de la política andaluza arrastra, enfrentándose a los tiempos, la silueta callada e inolvidable de Paco Lira.


Digamos Adiós a Paco Lira, pero no al espíritu de su compromiso, ni a su estética, ni a la profundidad elocuente de sus largos silencios.

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