Notas de un lector

El contorno de la ausencia

Un poemario de sobria factura, envuelto en el halo del dolor y la nostalgia, pero colmado de la verdad y la emoción que debe acompañar a la auténtica poesía

A principios del año en curso, veía la luz en España “Without”, de Donald Hall, (Handem, Connetictuc, 1928),  poemario que-con su mismo titulo original- vertía al castellano el poeta sanluqueño Juan José Vélez Otero.
Aquel libro, emocionado y turbador, relataba la dolorosa muerte de Jane Kenyon (1947 - 1995), esposa de Hall  durante más de dos décadas, y a la que habían diagnosticado leucemia un año antes. “Estaba sentado junto a ella cuando murió y le cerré los ojos. Después de enterrarla, al principio no podía hacer otra cosa que gritar (…) Without me mantuvo vivo”, afirmaba el poeta norteamericano en la nota previa que abría el citado volumen.
La reciente aparición de “La cama pintada” (Valparaíso Ediciones. Granada, 2014), “continúa con la línea de crudeza,  descarnado realismo lírico y desconsuelo que caracterizaba a Without”, anota en su prefacio Vélez Otero, quien además de poner nuevamente al servicio del lector una excelente traducción, ofrece las principales claves líricas que encierra el conjunto.

“¿Escribirá Hall alguna vez/ versos que no tengan nada/ que ver con la pena y el llanto?”, se pregunta el poeta en uno de “Los haiku de la angustia”. Sin duda queel duelo al que Hall se vio sometido -fue además de marido un entregado enfermero-, devino en un inmenso torrente elegíaco, del cual surge un decir herido, conmovedor: “Cuando ella murió, al principio, el contorno de la ausencia/ concretaba una presencia que se esfumaría después (…) No había nada a qué dedicarse ni falta que hacía./ Su desaparición erigió una sinagoga triste/ en un universo sin consuelo ni tarea que realizar”, escribe Hall en “Matar el día”, un extenso poema que da título, a su vez ,a la primera parte del libro.

   Su segundo apartado, y el más extenso, “La labor de la muerte”, refiere los días siguientes al fallecimiento de Kenyon y se demora en ese inevitable temblor que asalta el alma al descubrir que sólo quedan objetos, memoria y ausencia en los íntimos espacios que antes llenaron dos: “En sueños toco su piel/ y me despierto al amanecer, furioso/ una vez más de saber/ que era su almohada/ la que emulaba el roce de una muerta”.

     A continuación, “Lirios de un día”, da paso a las descripciones de Hall en torno a la casa comúnque habitaron en Eagle Pond y a las remembranzas que lo llevan hasta una infancia campestre y feliz: “Hace cincuenta y cinco años yo segaba este campo con una guadaña/ complaciendo a mi abuelo”
Sirve como final, “Ardor”, una suerte de variada sinfonía amatoria, en donde el yo lírico se recrea en el albor de otros corazones, de otros cuerpos, que fueron distintos y distantes al amor verdadero de Jane Kenyon. Su poema “Confirmación”, que pone broche al conjunto, es un espléndido texto que confirma el buen hacer y la sabiduría lirica de un poeta mayor: “Envejecer es perderlo todo./ La vejez. Todo el mundo sabe de qué hablo./ Incluso cuando somos jóvenes, la atisbamos a veces”.

     En suma, un poemario de sobria factura, envuelto en el halo del dolor y la nostalgia, pero colmado de la verdad y la emoción que debe acompañar a la auténtica poesía.

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