Siempre fue un niño precoz y precozmente se nos ha ido sin quererlo. Quienes conocieron el mueble denominado “el templo” en el rincón del patio de su casa recuerdan sus miniaturas de pasos de Semana Santa y su rara habilidad para modelar el barro.
Juan Martínez Alcalde era un temperamento artístico al que aunó su gran curiosidad histórica. Coleccionista de viejas estampas, tarjetas postales y antiguas fotografías del Jueves, que en algunos casos ilustraron sus escritos.
En sus años de bachiller en San Francisco de Paula tenía próximo el arte vivo de la Casa de los Artistas frente a San Juan de la Palma y el taller de Juan Abascal en la calle de la Alhóndiga.
En aquel tiempo en que no existían publicaciones cofrades se atrevió a lanzar una revista confeccionada a ciclostil e ilustrada con estampas y recortes de participaciones de lotería de Navidad de distintas hermandades: Ecos de Primavera, donde colaboraban amigos y parientes, tuvo una calurosa acogida y una cariñosa reseña del decano de la prensa sevillana.
Asimismo creó el primer audiovisual que se contempló en algunas casas de hermandades de Sevilla, grabado en el silencio de la madrugada de la calle Cedaceros con las voces de sus primos y de quien esto escribe.
Se matriculó en la Facultad de Derecho, pero su sensatez y el consejo de don Francisco de Pelsmaeker le hicieron ver que aquello no era lo suyo, llegando a tiempo de alcanzar la primera promoción de Arte de la Facultad de Filosofía y Letras, porque en su precocidad nos llevaba dos años de ventaja.
Humilde y franciscano, pero espíritu independiente y libre, tuvo el valor de enfrentarse a quien entonces detentaba plenos poderes en el campo de la Historia del Arte hispalense.
Canalizó su vocación hacia los museos, haciendo prácticas en el Arqueológico y excavaciones en Carmona con doña Concepción Fernández Chicarro, pero comprendió también que su camino no era la Arqueología.
Cerradas las puertas de la Universidad y de la Administración de las Bellas Artes, gastó sus días como probo funcionario del SAS, sin merma en su creatividad, pues siempre tuvo más de una obra en el telar.
No es el momento de relatar su bibliografía, que todos conocen, ni su papel renovador e impulsor de las hermandades de gloria ,de sobra conocidos, sino de destacar su estilo literario, sencillo y ameno, que ha sabido comunicar todos sus conocimientos atesorados desde su juventud y quintaesenciados en libros tan originales como Imágenes pasionistas de Sevilla que no procesionan , ilustrado con algunos dibujos de su mano, o su Guía para ver y sentir el Corpus sevillano, donde se demuestra su sensibilidad artística, dispuesta siempre a comunicar sus sentimientos tanto a un nivel culto como a un nivel popular.
No creo que exista mejor ni más completa descripción de un paso de Cristo que la que escribió, plena de inspiración, sobre el hermoso misterio de Jesús ante el desprecio de Herodes, de su hermandad de la Amargura.
Viajó por toda España, Europa y América, conociendo sus principales museos, apasionado siempre por la escultura y su historia. Pero Juan Martínez Alcalde siempre estuvo en Sevilla.
Como tantos otros sevillanos inolvidables, en sus ratos de ocio Juan estaba en todas partes. En cualquier calle del centro se lo podía uno encontrar inesperadamente. Quiso tanto a Sevilla y sus tradiciones religiosas que Sevilla vive en él eternamente y él vive y vivirá eternamente en el corazón de Sevilla, a la que tanto amó.
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