Sin agua corriente ni electricidad en la mayoría de sus viviendas, sencillas dependencias que pueden ser de tela o de adobe (conocidas como jaimas), los cerca de 160.000 saharauis de los campamentos de Tinduf (Argelia), según las estimaciones del Polisario, al igual que los 300.000 que viven en lo que ellos llaman territorios ocupados por Marruecos– llevan 18 años esperando un referéndum de autodeterminación que no llega.
El sentimiento de indignación y las ganas que tienen de regresar a lo que ellos consideran su tierra les lleva a cometer auténticas locuras como la ocurrida ayer, cuando centenares de saharauis que participaban en la formación de una cadena humana frente al muro militar marroquí se adentraron en una peligrosa zona plagada de minas.
El resultado fue la amputación de la pierna derecha de un joven de 16 años y heridas por metralla en la cara y el tórax de otro de 21, lo que provocó momentos de tensión entre los asistentes a la marcha.
“Me sentía como un león. Sabíamos que había minas pero en esos momentos no éramos conscientes. Sólo queríamos volver a nuestra casa”, dice Luchá Saleh, miembro de la Unión de Jóvenes Saharauis.
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