El sexo de los libros

Fernando de Benito. Poesía para las medusas.

...la recreación y descenso a los infiernos o aquello que fue concebido por los gnósticos como acontecimiento final en el programa de salvación del género humano...

  • Foto de Man Ray

La belleza convulsa de la que hablará André Breton había aparecido sin disimulo en el verso belle hideusement d'un ulcère à l'anus, el cual cierra un soneto de Rimbaud de 1870: “Vénus Anadyomène”. Un caso entre miles. Para el poeta Fernando de Benito (gaditano nacido accidentalmente en Huelva en 1936), una mujer hermosa es una cerda / con un anillo de oro en los morros. La hematofagia surge como una forma de regreso al estado de naturaleza que significa  estado de gracia: Tengo tanta sed de amor que me bebo la sangre, / tanta hambre de amor que me masco la muerte... El amor más puro es el que culmina en un acto de canibalismo: Quisiera amarte siempre con mi amor más / sincero, / para crearte de nuevo después de devorarte. Esto supone la recreación y descenso a los infiernos o aquello que fue concebido por los gnósticos como acontecimiento final en el programa de salvación del género humano, una potencia de Luz bajando a las cloacas: la Madre, Seth, el propio Cristo; además del arcano omnipresente, el conjuro decisivo, los sacramentos valentinianos, como toda la ritualidad destinada a la derrota de las entidades tenebrosas, a devolver al elegido su perfección celestial, el retorno a la unidad absoluta y la palabra oculta que redime de la caída y determina, según Apolonio de Rodas, la búsqueda en los perfumes de la razón de amor. La palabra teúrgica que era el centro de una voluptuosidad mediadora por el vino hirviente de los ágapes y que Fernando de Benito invoca como verde veneno espumoso manado a borbotones / de los pezones abiertos; una oración en el oído de la amante: Yo tengo para tu hambre el vino que quema y el / pan jubiloso; para confesar el ámbito secreto y habitado: Desde el espacio de mi viaje-altura sideral / donde te me encuentro, te / veo en una muchacha triste, en / una libélula muerta, y digo / que te amo y...


Una lectura materialista atestigua —como hizo el Surrealismo—  que en la experiencia de la Gnosis se encuentran suficientes elementos activos extrapolables a una teoría de la producción artística, los cuales resultaron metodológicamente provechosos y eficaces para el arte moderno   en referencia específica al concepto vanguardista de la creación desde cero, la creación desde la nada (André Breton: Perspective cavalière, 1970, póstumo). La recreación-regeneración inauguraba,  evidentemente, el acceso a la Edad de Oro; aquella en la que, decía Fulcanelli: “El hombre, renovado, ignora toda religión. Se limita a dar las gracias al Hacedor de que el sol, su más sublime creación, le parece reflejar la imagen ardiente, luminosa y benéfica”.

Llenas mi estancia de mil soles, afirma el poeta, y Tú estarás aquí, / ya nunca lejos / de la estancia solar de MI SANTUARIO. A partir del Mercurio de los Filósofos, el alma hermética del esperma sustantivo se transforma en la Novena Esfera trabajando con Saturno, la poesía-alquimia será el azufre radiante en el matraz clausurado por fusión que Filaleteo describió en La entrada abierta al Palacio cerrado del rey (Amsterdam, 1667). Los surrealistas —al margen de cualquier tipo de interpretación trascendental— transmutaron poéticamente el flujo gnóstico y alcanzaron la magia positiva que les permitió aplicar las técnicas del espiritismo sin teosofías ni ectoplasmas. Fue la exploración de los llamados "estados secundarios"; es decir, la hipnosis, el sueño provocado, los viajes iniciáticos o el azar objetivo. Procedimientos interpretados sólo en sus aspectos mecánicos, mediante los cuales se llevaba a cabo la empresa de escapar al pensamiento bajo control racional y lograr una  ilimitada libertad de expresión desde las profundidades más recónditas de la no-mente y sí-cerebro. Dentro de la tierra la ocultum lapidem. En tal sentido se pronunciaba Breton en una serie de entrevistas para la Radiodifusión Francesa realizadas por André Parinaud entre marzo y junio de 1952: “A despecho de su erróneo punto de partida, el espiritismo había puesto de manifiesto ciertos poderes de la psique de un carácter muy singular y de un alcance nada desdeñable”, para añadir que el Surrealismo valoraba “lo que queda de la comunicación mediúmnica, una vez descartadas de ésta las implicaciones metafísicas que comportaba hasta ese momento”.

Fernando de Benito asume esta arriesgada y compleja herencia desde la declaración exacta que descubre una cosmogonía incesante: hacia tu galaxia-núcleo triunfal. Mientras tanto, persiste la energía amorosa como fundamento de un orden primario, también hacia una hembra bestial y bellísima / que bese con unción mi falo cósmico. El escritor gaditano convierte así su obra (ver Las doce de la cal, antología, Ed. de Dolors Alberola, Excma. Diputación de Cádiz, 2002) en codificación de lo insólito de la existencia,  revelando las facetas más inquietantes de la vida como oficio de seres improbables, prodigios invisibles, espectros con trágica vocación de realidad: la carne petrificada, la muerte que dignifica y eterniza; o, lo que es lo mismo, la electrodinámica y la hidráulica de los sexos, monstruosidad de los durmientes, falsos fantasmas de la vigilia,  vacío soñándose a sí mismo; y todo ello aunque sea desde el alto triunfo / de amor / de la puta poesía, siendo un amor a todas horas reincidente en su antropofagia: Mi amor por la mujer fue, es / siempre / atávico y ancestral, oscuro y hambriento: borboteo / fósil de miles de milenios, sedimento / de un horrible vendaval que borra los caminos.

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