Si uno inicia el caminar por “El caudal” de Antonio Moreno (ese libro que “Adonáis” y Rialp acaban de dar a la luz en buena hora), apenas dados los primeros pasos, el caminante encuentra una piedra. Iba a escribir “tropieza con”, pero no sería la expresión precisa. El poeta ha recogido del suelo esa piedra ( y con él, el lector) y la lleva en la mano “como quién va cogido de otra mano,/ porque es ella también la que te lleva”; y palpa su relieve, su frescor, su pequeña fuerza; sopesándola, medita y concluye: “No tiene más edad que tú esta piedra,/ ni más ni menos ser que el tuyo ahora./ Siempre estuvo esperando a que pasaras,/ para marchar contigo, y tú con ella”.
“Una piedra” titúlase ese poema de once versos, pero en él -en ella- podría verse resumido el quehacer de este alicantino de 1964: observación y trascendencia de lo cotidiano, sencillez de lenguaje, preferencia por el endecasílabo blanco, limpidez de pensamiento. Más de medio centenar de poemas, en los que prevalecen estas características, conforman el volumen, que no recurre a apartados, sino que ofrece su contenido en un bloque, que discurre unido y homogéneo. Me he detenido en esa piedra, en esa “cosa” simple y, por lo general, desapercibida, pero igual podría haberlo hecho, como el poeta, en unos pétalos caídos del búcaro que sostenía la flor que los portaba, o en un gorrión “cazador de migas”, o en unos ladridos que llegan hasta la habitación donde el poeta lee, y que le hacen reflexionar: “¿Por qué cada ladrido de esta noche/ me anuncia qué fugaz ha sido todo?/ Sin darnos cuenta se nos fue la vida”.
Y es que en Antonio Moreno hay también una vena elegíaca, que él cultiva con amoroso pulso, y que en muchos instantes da a su poesía una mayor calidez, y aun profundidad, sin que para ello cambie en absoluto el suave, acordado son de su canto. Léase, por ejemplo, “En memoria de E”; o su “Elegía” en cinco tiempos, conmovedora sin desgarros: “Haber de oír el llanto de los nuestros/ y ver que no podemos hacer nada,/ salvo tender la mano para dar/ su amor, su compañía, su impotencia”.
En la bibliografía poética de Antonio Moreno hay un libro capital titulado “Intervalo”, aparecido en 2007, que agrupa sus seis poemarios anteriores; posteriormente, “Nombres del árbol”, obtuvo el Premio de la Crítica Valenciana. Este que hoy me ocupa, ha tenido una lenta gestación, puesto que fue escrito entre 2009 y 2013, lo que dice de un poeta sin urgencias, sin apresuramientos, celosos de la verdad de su escritura. Y es relevante, a la hora de comentar esta su última entrega, comprobar que la ha encabezado con el título de uno de sus poemas: diez versos en los que Moreno acepta que alguien haya podido oír la hierba al impulso del viento fuerte, pero no la lluvia en los cristales de la ventana, ni el susurro del caracol que trepa por la pared, “ni este leve caudal que nos exalta”.Ese leve caudal es el que hace discurrir la poesía de Antonio Moreno: porque a él “le basta con mirar atentamente/ las cosas que la vida trae y se lleva”
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