El desdén que sufren los jienenses con el tranvía que nunca funcionó, el único de España que ni siquiera se ha puesto en uso comercial un solo minuto, bien podría entrar a formar parte del récord de los Guinnes. Tres años y dos meses después de que la pruebas con pasajeros fueran paralizadas por una resolución judicial y un año después de que el alcalde acudiera a San Telmo a entregar las llaves de un tranvía del que siempre ha renegado porque lo considera una ruina, la ciudad continúa esperando una solución a la infraestructura más cara que se ha construido en la capital, cuyo coste asciende a 120 millones de euros. Pero Jaén ha perdido mucho más. A los jienenses le han hurtado la posibilidad de usar, disfrutar, renegar o ensalzar un tranvía que, además de cambiar para bien el aspecto de la ciudad, sobre todo la entrada norte que era vergonzosa para una capital como Jaén, fue diseñado a martillazos para que entrara en una urna electoral. Y también les están quitando su tiempo, todo el que pasan los conductores delante de un semáforo que fue diseñado e instalado para facilitar el paso de los usuarios del tranvía cuando descendía de él en alguna parada. Como vaca que mira al tren, cada día, y así desde hace tres años, miles de vecinos detienen su vehículo ante una luz roja, metáfora de la vergüenza que deberían sentir quienes tienen la obligación de ponerlo en marcha y de quienes deberían ayudarles a hacerlo.
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