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Sevilla

Dos trianeros que el arrabal nunca olvidará

Triana reúne tantas circunstancias singulares que llegó a tener al mismo tiempo hasta dos boticarios que cautivaron a sus convecinos por su amor al prójimo: Ignacio Gómez Millán y Aurelio Murillo Casas

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  • Farmacia de Santa Ana -

Triana reúne tantas circunstancias singulares que llegó a tener al mismo tiempo hasta dos boticarios que cautivaron a sus convecinos por su amor al prójimo. Nos referimos a Ignacio Gómez Millán (Sevilla, 11 de agosto de 1900-18 de mayo de 1978), y Aurelio Murillo Casas (Sevilla, 14 de noviembre de 1913-12 de septiembre de 1975), ambos farmacéuticos, con calles en Triana. Aurelio Murillo heredó la Farmacia de Santa Ana, fundada en 1913 –hace ciento un años- y la convirtió en el alma del arrabal en los difíciles años 50 y 60 del pasado siglo XX.

Ignacio Gómez Millán, fundador de la Asociación de Ejercitantes de Nuestra Señora del Rocío, enterrado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la O, dejó huella como cristiano comprometido con su entorno social en una época clave de la ciudad. Más de treinta años después de su muerte, no sólo los que le trataron en vida, sino también los que han conocido su obra y comportamiento, hablan de él como un santo y le llaman San Ignacio de Triana. Porque en el arrabal y en torno a la feligresía de la O, tuvo este hombre bueno su campo de acción desde su juventud hasta su fallecimiento, su tarea de solidaridad cristiana. Esta es la razón de que su obra siga viva, siempre actualizada, gracias a la proyección de su vida cristiana en quienes le ayudaron y luego han seguido su senda, como “muchachos de don Ignacio”, trasmitiéndose de generación en generación su testimonio de amor al prójimo.

Ignacio Gómez Millán fue polifacético desde su juventud, lo mismo fundó un colegio, la Escuela del Rocío, que diseñó un Simpecado para su querida Hermandad; creó colonias veraniegas para niños y ancianos, preparó a los chiquillos para la primera comunión en tiempos republicanos, y puso en marcha su obra básica, la Asociación de Ejercitantes de Nuestra Señora del Rocío. Y en todos los casos, poniendo su bolsillo y su tiempo a disposición de los necesitados.

En cuanto a Aurelio Murillo Casas convirtió su oficina de farmacia en referencia íntima y solidaria de las familias pobres del barrio trianero, que contaban con los medicamentos necesarios sin pagos inmediatos y, a veces, hasta sin pagarlos nunca, y su rebotica recoleta en confesionario de gentes necesitadas no sólo de dinero sino de consejos en momentos difíciles. Fue de hecho alcalde de Triana, ocupara o no cargo en la Corporación municipal sevillana, y se convirtió en portavoz de las inquietudes de sus convecinos.

Fue la voz valiente y razonada de Triana en defensa de los damnificados por las riadas, sobre todo en los años cuarenta y sesenta; defendió con entereza la salvación del puente de Triana, cuando Madrid se empeñó en derribarlo; protestó por el corte del río en Chapina; pidió viviendas sociales para las familias necesitadas y, en fin, fue la voz de Triana y también la conciencia de Triana.

Para recoger la memoria histórica de Aurelio Murillo haría falta un libro, una biografía que debería ser escrita ya mismo para evitar que se pierdan tantos testimonios de sus contemporáneos, de quienes tuvieron oportunidad de conocerle y de recibir, siempre en silencio, sus ayudas de todo tipo. El tiempo no perdona y cada vez quedan en el olvido más circunstancias vitales de aquel hombre extraordinario que se distinguió por su amor a Triana y a sus convecinos.

Triana fue para Aurelio Murillo la razón de ser de su vida social, y hasta puede afirmarse que, por amor a Triana y a los trianeros, condicionó su propia vida familiar y profesional. En su diccionario no existían las palabras “no” ni “imposible”: nadie que se acercara a su farmacia de la plaza del Altozano en petición de ayuda salía con las manos vacías, y todos los que buscaran comprensión para sus problemas, llenaban su corazón de esperanza. Fue el “apóstol de Triana”, un permanente testimonio de ejemplaridad, de práctica consecuente de la espiritualidad, según el Himno de la Caridad paulina; es decir, no movió un solo dedo sin amor a Dios, sin ver a Jesucristo en sus semejantes.

¡Qué alegría escuchar a personas maduras recordar a Aurelio Murillo Casas e Ignacio Gómez Millán  con gratitud! Todos tienen una anécdota que contar, todos fueron sus amigos y todos procuran que sus hijos no olviden a estos hombres bienhechores.

Ignacio y Aurelio, Aurelio e Ignacio, fueron dos cristianos que dieron testimonios de su fe con ejemplares comportamientos humanos.

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