La tribuna de Viva Sevilla

Las palabras de la vida

María Moliner tampoco supo, como los académicos, agarrar al vuelo la palabra discapacitado o discapacitada. La reduce a minusvalía, a la incapacidad física o mental, causada por una enfermedad o accidente o por una lesión congénita.

Los que nos creemos capacitados somos incapaces de entender a los discapacitados. El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua asegura que un discapacitado o una discapacitada es una persona que tiene impedida o entorpecida alguna de las actividades cotidianas consideradas normales, por alteración de sus funciones intelectuales o físicas.


Bueno, paso atrás maestro y mírele la cara al toro. El lenguaje oficial es hábil, correcto, carente de entusiasmo. Los discapacitados y las discapacitadas son mucho más que un miembro que falta o unas neuronas lentas en responder a un estímulo.


Disculpen los señores académicos si un pobre servidor intuye que hay palabras incómodas, rebeldes, reacias al conformismo tan hispánico de tampona y archiva, niño, que ya es la hora de reglamento.


Mi diccionario de cabecera, uno de los libros más asombrosos del mundo, es el de María Moliner. El autor de otro de los textos más mágicos que uno ha tenido la suerte de leer, El amor en los tiempos del cólera, ya le rindió cumplido y merecido homenaje en un obituario inolvidable.


María Moliner tenía un método infinito: pretendía agarrar al vuelo todas las palabras de la vida, dijo de ella Gabo, el gran escribidor. Para mi decepción, María Moliner tampoco supo, como los académicos, agarrar al vuelo la palabra discapacitado o discapacitada. La reduce a minusvalía, a la incapacidad física o mental, causada por una enfermedad o accidente o por una lesión congénita. Otro paso atrás maestro y vuelva a mirarle la cara al toro. No hay buen escribano sin borrón.


Un discapacitado es un ser humano que descubre un día con asombro que ya no puede andar, ni sostenerse de pie, ni desarrollar el trabajo rutinario, bendita rutina, que ya no puede subir las gradas de un estadio de fútbol, ni asomarse a la orilla del mar. Donde había charcos, ahora hay océanos; dónde había cuestas, ahora hay montañas. El mundo se convierte en un gigantesco obstáculo.


Mi amigo comprobó un día que la vida es una lotería caprichosa, que apunta con el dedo al azar, tan arbitrario como la justicia de los déspotas. Maestro, paso atrás, y vuélvale a mirar la cara al toro. Tampoco usted sabe ni puede entender ni definir a los discapacitados. Agache la cerviz y mutis por el foro, rápido. Qué manera de hacer el ridículo.      


Espero no haber aburrido con estas divagaciones a mi amigo, ni a sus padres. Me gustaría que este periódico, que ellos leen todos los días, se convierta en una radio de cretona y este artículo en una canción dedicada de Antonio Machín o mejor de doña Concha Piquer. Con toda mi admiración, dedicado a mi amigo y a sus padres, que escuchan esta canción tomando café. Estas palabras de la vida tienen el ambicioso objetivo de que tengan un solo lector y dos cómplices.


Cada mediodía, este incapacitado que no es capaz de valorar en su justa medida la grandeza de los discapacitados, toma café antes de entrar en la rutina diaria, bendita rutina, de la consulta.
En una cafetería tranquila, agradable, a la que suele llegar mi amigo acompañado de su padre, de su madre o de los dos. La sonrisa de mi amigo me acompaña, me intriga, me enseña, me amonesta.


Es mucho más joven que yo, bastante más sabio. Cuando no coincidimos echo de menos su sonrisa. La vida es un regalo, ¿verdad amigo? , aunque cueste trabajo levantarse y acercarse a la orilla del mar.


Se acaba la canción. La vida es un bolero que bailamos peor los que mejor deberíamos bailarlos. Espero verte mañana, amigo, y hablar del Betis, joío Betis.

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