La deliberación del jurado elegido para el juicio del ‘crimen de la enfermera’ fue unánime ayer: no culpable. Terminaba así, a la espera de la sentencia del juez, uno de los casos que más expectación ha despertado en la opinión pública. Las dos jornadas judiciales dejaron patente una constante en todo este largo proceso que se inició con la muerte de Antonia Osuna entre el 8 y el 9 de octubre de 2012, ya que finalmente no se pudo fijar con certeza la hora de su muerte, el apoyo incondicional desde el principio de los familiares y los amigos de Jesús A. P., tanto suyos como de su esposa. “Yo no he hecho nada de lo que se dice”, dijo Jesús al final del proceso. Y así lo ha considerado el jurado. Sin embargo, el trasfondo de todo este caso no es otro que la investigación llevada a cabo por los técnicos y los forenses, la misma que condujo en un primer momento al acusado, el marido de la víctima, a entrar en prisión por orden del juez y la misma que lo sacó varios meses después, tras el primer cambio en la horquilla de la hora de la muerte. Siempre hemos defendido que pocos han sido los recuerdos en estos años hacia la víctima, pero tras el juicio hay que preguntarse también quién devuelve a Jesús el tiempo que ha pasado en la cárcel y la angustia vivida todo este tiempo junto a toda su familia, incluida la política. El duelo entre técnicos y peritos, hasta dieciocho declarando a la vez fue esclarecedor de lo que pudo haber sucedido, que finalmente no ha sido otra cosa que lo que quienes conocían a Jesús, siempre dijeron, que era inocente.
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