Las puertas de la parroquia de Los Dolores se abrían de par en par para recibir un sol que ya era esperado desde hace tres años, el tiempo que la lluvia no había permitido que hubiera un Martes Santo en Sevilla. El Cerro del Águila iniciaba su larga estación de penitencia iluminada por la ilusión y la emoción, augurando una jornada cofrade plena, que en su caso terminaría catorce horas después y recibiendo el cariño de su barrio y de toda Sevilla.
Los tonos celestes del cielo se mezclaban con la capa de San Esteban, que partía a hacer su estación de penitencia dejando Salud y Buen Viaje con su Cristo, seguido de la Madre de los Desamparados. Poco después, la solemnidad del Cristo de los Estudiantes abandonaba la Universidad para dirigirse, en silencio, marcado por sus penitentes, hacia la carrera oficial mostrando a su Virgen de la Angustia recién restaurada.
Con la misma sobriedad, sin sones que lo adulteraran, avanzaba desde la parroquia del Omnium Sanctorum, pasando por primera vez por la Alameda, el Cristo de las Almas de Los Javieres, una talla que este año cumplía sus 25 años de ausencia de la estación de penitencia tras sufrir un ataque que obligó a su restauración de urgencia. La dificultad la tuvo ayer al pasar por la calle Santa Ángela.
La populosa hermandad de San Benito iniciaba su estación de penitencia con sus tres majestuosos pasos, una cofradía que destaca y mucho, por su entrada en carrera oficial, poniendo los pelos de punta a más de un cofrade con su revirá en Campana a Nuestro Padre Jesús en la Presentación, con Poncio Pilato de testigo, paso que también hizo las delicias al cruzar por Las Setas. La Virgen de la Encarnación, como es tradicional, aparecía escoltada por la Policía Nacional.
Con la música del Cristo de las Tres Caídas intentaba recuperar La Candelaria el retraso que en la carrera oficial había acumulado San Benito, poniendo sus nazarenos de tres en tres, sobrio el paso de Nuestro Padre Jesús de la Salud acompañado de María Santísima de la Candelaria.
Jesús ante Anás, obra de Antonio Castillo Lastrucci, partía de la parroquia de San Lorenzo seguido muy de cerca por su Madre, María Santísima del Dulce Nombre, junto a San Juan Evangelista bajo el terciopelo azul de su palio.
La sobriedad volvía con Santa Cruz, con el Santísimo Cristo de las Misericordias, una talla de gran belleza atribuida a Pedro Roldán, impresionante por la cuesta del Bacalao, seguida por Nuestra Señora de los Dolores.
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