El Chelsea, rival del Atlético de Madrid en semifinales de la Liga de Campeones, es esta temporada un equipo en formación, la primera fase del proyecto más personal que ha emprendido hasta ahora el técnico portugués José Mourinho, que llegó a Stamford Bridge este verano dispuesto a moldear al equipo a su gusto a largo plazo.
La buena sintonía con el dueño del club, el magnate ruso Roman Abramóvich, facilitó el regreso del "Special One" a Londres tras una primera etapa, de 2004 a 2007, en la que conquistó dos veces la Premier pero se quedó sin su éxito más ansiado, la Liga de Campeones.
En su primera oportunidad, el portugués ha vuelto a meter al equipo en semifinales, como ya hizo en 2005 y 2007, cuando cayó ante el Liverpool.
Con todo, Mourinho ha insistido desde que volvió a Londres tras su agitada salida del Real Madrid que su objetivo en esta primera temporada en el banquillo "blue" no es levantar títulos, sino enterrar lo más profundo posible los cimientos de su nuevo proyecto.
"No he venido porque el trabajo fuera fácil, ni porque fuera a tener un equipo preparado para atacar el título, ni porque me ofrecieran el mejor contrato. Estoy aquí porque amo este club y este proyecto", dijo el portugués poco después de aterrizar en Londres.
Mourinho ha encontrado a su regreso a la capital británica un Chelsea que ya no está dispuesto a romper la banca para traer a nuevas estrellas en cada ventana de fichajes, como hace una década, y sus primeras contrataciones han servido para cubrir huecos tácticos más que para deslumbrar a los aficionados con grandes nombres.
En el verano, fichó por 20 millones de euros al extremo alemán del Bayer Leverkusen André Shürrle, uno de los jugadores clave en la remontada ante el París Saint-Germain en la vuelta de los cuartos de final de la Champions esta semana (2-0 en Londres, tras haber perdido por 3-1 en la ida).
En enero, tras unos primeros meses en la liga inglesa en los que el equipo concedió demasiadas facilidades a sus rivales, Mourinho decidió apuntalar su centro del campo con la llegada por 25 millones de euros del serbio Nemanja Matic, un medio defensivo de 1,94 metros que encajaba mejor en el férreo sistema de juego del luso que el español Juan Mata.
El exvalencianista, un mediapunta técnico que se había convertido en una de las piezas clave de los "blues" las últimas dos temporadas, se fue al Manchester United tras varios meses en el banquillo del Chelsea, cuando el portugués le dejó claro que no tenía sitio en el equipo.
La derrota por 2-1 ante el Sunderland en la Copa de la Liga el 17 de diciembre había colmado la paciencia de Mourinho.
Ese mismo mes, el Chelsea había concedido tres goles ante el Stoke, tres también ante el Sunderland en la liga, uno ante el Southampton y otro ante el Crystal Palace.
El luso se plantó y decidió dar más importancia a la defensa que a cualquier otro aspecto del juego: ganar por 1-0 con regularidad era mejor que hacerlo por 4-3 un partido y perder por 3-2 el siguiente.
El golpe sobre la mesa de Mourinho tuvo efectos inmediatos: en enero, el Chelsea solo recibió un gol, en la victoria por 3-1 ante el Manchseter United.
En febrero, cerró con su marcador a cero todos los partidos excepto un empate ante el West Bromwich (1-1) y otro ante el Galatasaray (1-1), y lo mismo ocurrió en marzo, que terminó con un solo gol en contra para los "blues" (1-3 en la victoria ante el Fulham).
En ese contexto se explica la cólera del portugués cuando el PSG le marcó tres goles al Chelsea en París en la ida de cuartos de la Champions.
Mourinho ha sugerido en diversas ocasiones esta temporada que le faltan delanteros, pero nunca ha llevado más allá esas críticas.
Con su defensa, en cambio, no ha ahorrado críticas cuando no ha estado al nivel que esperaba.
No en vano es la base de ese proyecto de futuro que quiere levantar en Stamford Bridge, que quizás completará este verano con el fichaje de un atacante que mejore las cifras del camerunés Samuel Eto'o, con 13 goles esta temporada, y el español Fernando Torres, con 9 tantos hasta ahora.
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