El Loco de la salina

Las primeras luces

Quizás prefiera impregnarse de la cultura que se desprende del libro de Belén Esteban.

Después de un invierno mortal, por fin llegó la primavera. Concretamente la primavera astronómica comenzó el jueves pasado día 20 de marzo a las 17,57 horas y terminará 92 días y 18 horas después, el día 21 de junio. Estaba yo dando mi paseo por el patio antes de la merienda, cuando de pronto dijo la primavera que aquí estoy. Ya decía Antonio Machado: “La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido. La primavera ha venido. ¡Aleluyas blancas de los zarzales floridos!” Hombre, tanto como eso, no. Todos sabemos si las flores van saliendo, si el frío ve cediendo, si la cosa se va enmendando, porque para nosotros se quedan los meses pasados de vientos, lluvias… T

ambién se dice que la primavera la sangre altera. La verdad es que a los locos lo único que nos altera la sangre es enterarnos de las cosas tan raras que pasan ahí fuera. Por eso más vale hacerse el loco y esperar que los insensatos que viven más allá de estas cuatro paredes, y en cuyas manos estamos desgraciadamente, no nos lleven definitivamente a la ruina. Bueno, prometo no hablar de los catalanes. Sigamos mejor con la primavera.

La palabra primavera procede, como casi todas las palabras de nuestra preciosa lengua, del latín: “Prima-vera”, que significa “primeras luces”, es decir, la primera en la frente, porque está claro que la luz está que se sube por las nubes y ya no sabe uno si encender la del pasillo o seguir a dos velas como en la Edad Media. No sé a quién le gusta el invierno, aunque reconozco que hay gente para todo. Yo prefiero la camisita al abrigo, el fresquito al frío y la luz a la oscuridad.

Hablar de la primavera es hablar de Vivaldi, músico italiano que vivió a caballo entre el siglo XVII y XVIII y que supo reflejar las maravillas de la naturaleza en su música. Lo que pasa es que ya no hay ni ganas ni tiempo para escuchar a Vivaldi. Mucha tecnología, mucha informática, mucha televisión y mucho aparato, para que al final nos hayamos convertido en pedazos de carne en cuyas extremidades cuelgan unos dedos muy hábiles a la hora de pulsar botones. Pero, si se trata de sensibilidad, de humanismo, de aprecio por la cultura, ahí desbarramos.

Si tienen un ratito, escuchen “La primavera” (de Las cuatro estaciones) de Vivaldi. Merece la pena. Verán que al principio y a través de los violines muestra la alegría que le entra por el cuerpo cuando ve nacer la primavera. Y lo hace jugando con los pianos. Después cierras los ojos y lo que escuchas es la imitación que hacen los violines del canto de tres pájaros distintos. A continuación recrea igualmente con los violines el sonido del agua, el murmullo de las fuentes. Va mezclando un hermoso estribillo. Sigue imitando el viento, la llegada de la tormenta en plena primavera y lo hace dándoles a las notas una rapidez increíble. Concluye con multitud de efectos sonoros que nos hacen vivir la llegada de las flores. ¿Ha probado a escuchar esta obra tan bonita?

Quizás prefiera impregnarse de la cultura que se desprende del libro de Belén Esteban, pero, hágame caso, pruebe a escuchar. Cuando yo era maestro (hace algún tiempo), les puse a los niños a escuchar la Primavera de Vivaldi sin decirles el nombre de la obra musical y les dije que escribieran en un folio lo que les inspiraba aquella música. Recuerdo que me entregaron unas redacciones preciosas e impresionantes sobre la alegría, la luz y el resurgir de la vida de la naturaleza. Me quedé con la boca abierta y comprendí que la música no solamente amansa a las fieras, sino que toca las fibras más profundas del ser humano.

Pero, ya les digo, no hay manera. Ahí fuera parece que hay una invasión de electrodos y de pantallitas que les aseguro acabará por plastificarnos y hacernos vivir como esqueletos sin alma ni sentimientos. En todo caso, les deseo una feliz primavera, aunque sigamos sufriendo al ver que continuamos en el túnel y que los brotes verdes siguen sin dar la cara.

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