Hartito de pasear por la calle Real, hoy he puesto mis ojos en la Casa Lazaga, esa gran mansión frente a la Iglesia de San Francisco, que, si hubiera tenido vida propia, ya hace tiempo hubiera huido calle Comedias abajo para buscar unas manos en quienes confiar su brillante pasado y su negro futuro. Hay que reconocer que no hay cosa peor que la indecisión. Ahora sí pero mañana creo que será mejor, a ver si puede ser, yo quisiera, seguro que haremos, entra en mis planes, hoy pienso esto, mañana lo otro… Así nos llevan dando coba hace no sé cuántos lustros. Y los que quedan por venir.
Llegan las elecciones municipales y dale con el cuento de que vamos a hacer no sé qué en la Casa Lazaga, que lo importante es un proyecto como el nuestro, que eso es prioritario en nuestro programa…Distintos carteles en su fachada han ido anunciando lo que iban a hacer allí, pero con la misma facilidad con que los pusieron, el viento, la lluvia y el tiempo los fueron quitando. Los locos siempre estamos decididos a todo. O a nada. Pero cuando decimos que somos Napoleón, lo somos hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga, aunque sea el rey de España (léase Carlos IV).
Digo esto, porque todo el mundo sabe aquí en La Isla que esa casa es una auténtica maravilla, pero nadie se decide a hacer lo que sea con ella. Y cuando digo lo que sea, es lo que sea. Un museo, un hotel, un hotel con encanto o sin él, un centro cultural, un casino…Lo que sea, pero algo, porque se nos va a venir abajo y es entonces cuando dejaremos demostrado lo dejados que somos para nuestras cosas y para nuestro patrimonio, si no lo hemos dejado demostrado ya con nuestro edificio del Ayuntamiento. Cada vez que uno pasa por allí, se le cae el alma a los pies al ver esa casa tan bonita hecha polvo y esos cierros tan magníficos con más oxido que la fuente, que ya es decir.
Han pasado montones de años, han pasado gobiernos municipales, han pasado inviernos, veranos, lluvias…y la Casa Lazaga como si nada, impertérrita, escuchando lo que dicen que van a hacer con ella, pero que nunca hacen. Recuerdo hace ya unos cuantos años (no demasiados) que un día fueron unos operarios, al parecer del Ayuntamiento, a ordenar los libros existentes y a hacer una limpieza dentro. Para ello pusieron en la puerta unos contenedores a fin de recoger la porquería que por lo visto se había acumulado en el interior.
Allí tiraron papeles, documentos y muchas más cosas porque por lo visto no valían. El premio Nóbel que organizó esa limpia debía tener tan poquito seso que no alcanzó a pensar que, siendo el señor Lazaga un acomodado parlamentario de su época, bien pudiera haber guardado papeles interesantes e incluso delicados. Pues no lo pensó y lo mismo le daba tirar al contenedor un Quijote que una novela de Estefanía. La gente cogía todo lo que podía al pasar. A mí me enseñaron cosas de valor, que de no ser por el que pasaba por allí hubiera ido a parar al basurero directamente.
Por si faltaba poco, como la Casa Lazaga lleva tanto tiempo cerrada y ha sido objeto de tantos proyectos imaginarios, ahí entra ya el ser humano, sea cañaílla o no, con su imaginación calenturienta. Dicen que hay fantasmas dentro. Para mí que hay más fantasmas fuera, pero en fin. Por decir, hasta afirman que esa Casa es tan rara que nunca veremos posar en ella las palomas. Y es verdad. Nunca hay palomas allí como por el contrario pasa en la fachada de la Iglesia Mayor. Misterio. También es verdad que hay quien asegura que dentro hay cagadas de palomas para regalar. Esto es La Isla.
Yo de verdad que la quiero mucho, pero reconozco que es una novia muy difícil.
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