La tribuna de Viva Sevilla

Por dentro y por fuera

¿Conservar, restaurar, renovar? En estas cuestiones en las que se conjugan la Historia, el Arte y la Estética, algunos prescinden de cualquiera de esos tres apoyos que forman el trípode de la crítica del arte, perdiendo el necesario equilibrio.

Como el haz y el envés de la hoja, toda forma tiene su fondo y todo dentro su afuera. Así también todo lo que está por dentro es como lo que está por fuera. Cuando el paseante contempla la fachada interior de la Puerta del Perdón de la Catedral de Sevilla en el Patio de los Naranjos, la ve como nunca la vio. La ve “restaurada”. Con un colorín con el que nunca la vio. Todo se ha realizado, obviamente, con el mayor detalle.

Las ventanas lobuladas de la parte superior y sus paños de sebka al igual que el mascarón del reloj de sol muestran una policromía sorprendente hasta en lo más mínimo, según lo descubría el restaurador.


En el compendio de la paleta cromática catedralicia, éste ha sido, como dicen algunos, un criterio, una opción. Pero además el artista ha añadido a los huecos de las ventanas unas puertas de madera que nunca se veían. Ya sabemos que en materia de pintura el que copia siempre añade algo. En eso se distingue el original de la copia y del añadido.


Al salir, el acompañante considera la restauración tan relamida y pueblerina como la que no hace mucho se terminó en la fachada de la iglesia del Sagrario, que parece acabada de hacer. Es una opinión.


Otra opinión será que hay que desvelar la historia cromática del edificio y descubrir el más antiguo merlón almohade. Pero si el corazón entra en diálogo con el cerebro sabemos que la Historia no sólo es ciencia y que en la ciencia de la Historia la lógica, a veces, no nos conduce más allá porque no podemos saberlo todo.


Y cuando nos pronunciamos sobre algo nuestra propia conciencia nos dice si reflexionamos con toda seriedad que ese juicio o esa afirmación no es totalmente concluyente pues todo es vanidad. Y Pascal nos recuerda siempre que ciencia sin conciencia no es más que ruina del alma.


¿Conservar, restaurar, renovar?   En estas cuestiones en las que se conjugan la Historia, el Arte y la Estética, algunos prescinden de cualquiera de esos tres apoyos que forman el trípode de la crítica del arte, perdiendo el necesario equilibrio.


Del mismo modo que caen a su manera en la falacia reductiva de tomar el todo por la parte o la parte por el todo. A su gusto, a placer, a su estilo. A fin de cuentas todo es vanidad. Al final todo es un juego porque, platónicamente, los hombres son juguetes de los dioses. O como quería Lutero, siguiendo a la Eterna Sabiduría, “larvas de Dios y disfraces”.


Todavía queda mucho por restaurar de las fachadas de la Catedral. Y quién sabe qué sorpresas nos puede deparar la fachada de la calle de Placentines pues que en la de Alemanes ya hemos visto de todo, destacando el blanco como color original entre los estucados ocres y perfilados ladrillos sobre zócalo de mampuesto y tapial.


De momento. Pues no sabemos más. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Por el momento.

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