Vivimos en las últimas décadas la exaltación de las efemérides, de los centenarios, cincuentenarios y a veces, aún menos, lo que podría hacernos pensar que no tenemos autores vivos que celebrar, y que hay cierta mala conciencia de lo que no se hizo en el pasado con nuestras celebridades. Esta segunda razón parece más lógica tras más de cuarenta años de dictadura y su censura, con lo que nos toca ahora desfacer los entuertos del pasado. En todo caso, estos reconocimientos tardíos sirven a la obra, pero no al autor que la llevó a cabo, quien hubiera preferido constatar ese reconocimiento en vida, algo que hoy afecta casi exclusivamente a los que consiguen tenerla larga.
Por seguir con la corriente, el 14 de enero se cumplió el centenario de Platero y Yo, la obra más difundida de nuestro Nobel Juan Ramón Jiménez, autor indiscutible ya en vida, y más aún desde el fin de ella.
Es cierto que la belleza y perfección del texto hacen de ésta una obra no sólo para niños y adolescentes, como podría pensarse, al igual que sucede con El Principito del aviador Saint-Exupéry (1900-1944), entre otras obras universales de la literatura, sin que por ello el fundamento principal de estos libros deje de ser ese sector inicial de lectores, obviamente fundamental para crear lectores adultos.
Pero es cierto también que Platero y yo tiene ciertosaspectos que a los de mi generación, que vivió su infancia y juventud en la dictadura, nos condicionan de algún modo nuestra simpatía, sobre todo si, ya de adolescentes, nos interesaba más la literatura adulta, lo que nos lleva al tema de la censura. En esa época efectivamente el régimen anulaba con el silencio a los escritores más o menos díscolos que podía, pero era imposible hacerlo con los que ya tenían un cierto reconocimiento universal y su obra circulaba fuera de nuestras fronteras, por lo que la otra opción era promocionar la obra menos comprometida de esos autores.
En este sentido, no pudiendo anular a García Lorca, se daba carta de libertad al Romancero Gitano, y se censuraba, en cambio, todo su teatro, del mismo modo que Marinero en Tierra era la obra esencial de Alberti frente a Sobre los Ángeles. De hecho, el surrealismo, dadas sus implicaciones políticas en el movimiento francés, fue prácticamente olvidado hasta la Transición, de modo que los tres principales estudiosos del surrealismo español, hasta entonces, Vittorio Bodini, Paul Ilie y Brian Morris eran extranjeros.
Realzado así Platero y yo, a quien se derivaba toda la atención, reavivada por el Premio Nobel, podían permitirse alejarnos de obras como Diario de un poeta recién casado (1916), Eternidades (1918), Animal de fondo (1949) o Dios deseado y deseante (1948-49) y muy especialmente de los poemas en prosa escritos en 1941, Tiempo y Espacio, o el libro Españoles de tres mundos, por citar algunos ejemplos.
El largo poema en prosa Espacio, publicado en 1954, debió sufrir muchas modificaciones desde la primera redacción, en 1941, y es un caso espacial en su obra, tanto por la extensión como por el mundo interior que se desarrolla. Compuesto de tres fragmentos, Juan Ramón se centra en lo autobiográfico a través del monólogo interior, alejándose así de la “poesía desnuda” que había defendido hasta entonces.
Se trata de un texto culminante en su producción, exponiendo su pensar poético fusionado con sus vivencias, lo soñado, lo leído e imaginado, tal vez la obra, junto a su paralela Tiempo, más moderna de su autor.
Toda comparación es odiosa, pero entiendo que elegir abiertamente a Platero y yo como la obra preferente de Juan Ramón excluye colocar al mismo nivel al poema Espacio y, del alguna manera, también a la inversa, por lo que, sin menosprecio alguno hacia la primera, algunos nos quedaríamos con la segunda, al igual que elegimos Sobre los Ángeles de Alberti, en vez de Marinero en Tierra, o Poeta en Nueva York de Lorca antes que su Romancero. Es una cuestión de preferencias, no de valoración crítica.
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