Un ángel llamado Juan, un demonio llamado Torta. Así escribía José María Castaño en Los Caminos del Cante el obituario a Juan Moneo Lara. El día 31 del ya pasado año 2013 se apagó para siempre la voz de Juan. Murió el cantaor. Nació la leyenda. El Torta no pasó nunca desapercibido para nadie. Para lo bueno y para lo malo. El Torta era un ser personal e intrasferible. Era un cantaor plazuelero que, ahora que se ha ido, fue llamado para marcar un época. Ahora se le recordará como aquel que lo tuvo todo para ser la llave de oro del flamenco. También como aquel Juan que se dejó arrastrar excesivas veces por una noche que le confundía. La noche es larga y oscura. El día es corto y soleado. Él prefería las noches y, por eso, Juan María de los Ríos ha escrito que “si volviese me iría al alba”. Al alba casi se fue cuando el calendario expiraba. Dio su último quejío en la soledad de su casa. Ahora parecía que se encontraba en una etapa plena de su vida, y en esa plenitud se fue. Mucho se ha escrito en los últimos días de El Torta. Yo me quedaría con esas letras que él hacía bulería, soleá o siguiriyas, esas letras nacidas de su propia existencia, esas letras pulidas como la propia vida le fue puliendo, con altos y bajos, con alegrías, como la de ese hijo que es, junto con su cante, su gran herencia, y con penas. Juan Moneo Lara era distinto. Era el cantaor del eco enduendado, como lo ha definido perfectamente Fermín Lobatón. Era el rey de la bulería según Jerez. Para muchos era el último bohemio del cante flamenco. Ese bohemio que ansiaba encontrarse, por Santiago o la Plazuela, con Luis de la Pica, ese bohemio que sacaba en plena actuación un peine rosa, ese que sabía calar el público que había, ese que no dudaba en decir, en los últimos instantes de la Fiesta de la Bulería, su Fiesta de la Bulería, que allí ya quedaban solo los cabales. Señor del cante, vividor de la vida, Juan Moneo nos ha abandonado cuando aún tenía mucho que dejar sobre los escenarios, ya que no ha dejado excesiva discografía. La justa y necesaria para que su voz se siga oyendo, para que su eco inconfundible sirva de reclamo para las futuras generaciones de nuestro flamenco.
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