La Gatera

Ya no nos hace gracia, majestad

Léase esto como una carta personal a don Juan Carlos de Borbón...

Léase esto como una carta personal a don Juan Carlos de Borbón. Porque servidora, cuando habla del “rey” siempre se refiere aElvis Presley, que pese a lo que se sostiene desde aquel agosto del 77, sigue vivo. Y es que una nunca ha sido especialmente monárquica, exceptuando la noche del 5 de enero, pero crecí en plena transición y me mostraron un rey conciliador y predispuesto a hacer de este pobre país una gran nación. Cosa que siempre habíamos sido, con reyes y sin reyes. Por eso le fui cogiendo cariño a un rey que no llevaba corona, y del que lo más exótico que se decía era aquello de que todo el mundo se lo encontraba en las gasolineras como las cintas de casette de Kamela. Y por si fuera poco, teníamos el espejo de la monarquía inglesa que tanto ruido formaba.

Cómo sacábamos pecho los españoles diciendo que nuestras infantas eran prudentes, discretas, no como la pobre Lady Di y los devaneos del eterno príncipe de Gales y sus conversaciones sobre higiene femenina. Nosotros sí que teníamos una monarquía en condiciones, una monarquía decente y austera. Sangre azul, pero de marca blanca. Una monarquía sin banda sonora. Y es que no sabíamos lo que crujían las paredes del palacio de la Zarzuela. Una monarquía que hasta a los más republicanos nos hacía sonreír, y a la que aplaudimos cuando mandó a callar como si fuera el más cabreado de los plebeyos al presidente venezolano.

Pero don Juan Carlos, a los españoles se nos ha acabado el sentido del humor. Y estamos empezando a sonrojarnos cuando nos hablan de usted y de su familia. No sé si es el reflejo del rojo de nuestras cuentas corrientes, o que los agravios comparativos son la peor cuchilla para la guillotina de la crisis, pero ya no nos enternece esa fórmula de hacernos creer su cercanía saliéndose del protocolo y bromeando con la prensa. Hemos crecido majestad, nos hemos hecho mayores como usted, o ¿qué creía? y ya no se nos engatusa con el caramelo de la sonrisa condescendiente. El hambre es dura, pero sobre todo el hambre de justicia, y usted nos ha herido ese músculo que tanto ejercemos los españoles, que es el orgullo.

Por eso no se extrañe de que España le pida una justicia igual para todos porque ya no nos hace gracia, majestad, no nos hace puñetera gracia.

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