San Fernando

Entre el toreo y los gallos de pelea

Baldomero Ortega ha sido exbanderillero, exportador y criador de gallos de pelea y tras él se esconde un hombre con una vida apasionante.

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  • Baldomero Ortega Domínguez. -

Baldomero Ortega Domínguez, exbanderillero, exportador y criador de gallos de pelea. Así reza  en su tarjeta de visita. Tras ella se esconde un hombre, un torero, con una vida apasionante, entre el miedo y el éxito, cargada de anécdotas, episodios que nos descubre a un personaje tremendamente humano, simpático, cercano, astuto, audaz y constante.  Cualidades que le han servido para ganarle la partida a la vida.  En su largo caminar, ha gozado de la libertad, que es una fruta difícil de alcanzar.

Reposado en su confortable butacón frente al televisor donde disfruta viendo durante buena parte del día vídeos taurinos, su otra pasión, nos advierte con voz clara y rotunda “el día 15 de este mes  cumpliré 89 años, nací en 1924. Estoy como un roble, lástima que la ciática que padezco, no me deja correr como quisiera. Si no soy el decano de los banderilleros, tal vez sea de los más antiguos. Muchas mañanas acudo a una tertulia  con amigos en un bar cercano”.

Qué tiempos aquellos, maestro, por esos ruedos del mundo y aquellos países donde llevaba sus gallos de pelea y  que tan cotizados estaban...
—Me retiré del toreo en 1975 con Ruiz Miguel, tras haber estado 35 años de banderillero y  8 de novillero. Empalmaba  la temporada con América. Los años que no iba con mi hermano Rafael, embarcaba mis gallos y los vendía  en Venezuela, Puerto Rico, Martínica, San Martin, la Española, entre otras ciudades. Cuando arribaba a puerto ya me estaban esperando, porque los gallos eran muy buenos y ganaban las peleas, no es porque yo lo diga. Allí son muy aficionados y las apuestas era fuertes. Compraba los gallos de chicos en Sanlúcar, Chipiona y los criaba a base de maíz y hierba. Los mas sobresalientes y supervivientes, venían de vuelta y servían como quien dice de sementales.

¿Vamos, que tenía buena reata?
—Me lo quitaban de las manos. Salían  bravos. Mucho piensos compuestos restan bravura, como a muchos toros. Es una opinión personal. Me he llevado 40 años cruzando el charco. Tengo allí mas amigos que aquí.  Hasta aprendí a multiplicar vendiendo gallos, lo que son las cosas. Ahora bien, en el manejo había que tener cuatro ojos, porque como te descuidara,  volaban los gallos.

¿Más de una anécdota tendrá?                                                                                                                       —Si muchas. Cuando cobraba me iba derechito al banco e ingresaba el dinero para España. Había que ser precavido, porque robaban cuando menos lo esperaba. Entonces me daban un cheque nominativo y  no había problema. Una vez, en Venezuela dos sujetos, creyendo que llevaba  muchos dólares, me secuestraron y me introdujeron en un automóvil. Sacaron dos pistolas grandes, pidieron el dinero y registraron. Como yo solía llevar poco, sólo encontraron 12 dólares. Con las mismas, me pegaron una patada en el trasero y me lanzaron fuera del coche. Tuve suerte. Tengo otra. Por poco me voy para al otro mundo antes de tiempo.

¿Qué pasó?
—Tenía un cliente en La Guayra que me debía un dinero. Era formal pero en aquella ocasión se retrasó unos días en mandarme el cheque, por la compra de unos gallos. Entonces, un amigo cubano me aconsejó que cogiera el avión y al día siguiente cobraría en persona sin necesidad de esperar. Le hice caso y  saqué un  billete para el avión de la noche. Lo que es el destino, llegaron horas antes unos clientes que se entusiasmaron con  otra partida de gallos que tenía reservados. Total que el trato resultó bueno,  se prolongó, se hizo tarde y perdí el avión. A la mañana siguiente, escuché a un vendedor de periódicos que gritaba, “extra, extra, el avión de la noche para La Guayra, se ha estrellado y no hay supervivientes”. Era el que tenía que haber cogido. Me quedé de piedra. Mi amigo el cubano murió y yo me salvé, para poder contarlo hoy.

¿Cómo fueron sus inicios de torero?
—Mis padres tenían una vaquería en Camposoto. De niño, con mi hermano Rafael hacíamos rabona en el colegio y nos largábamos  al matadero de Cádiz, algunas veces andando desde la Isla. Entre capotazos,  nos dejaban apuntillar las reses. Luego con mi hermano toreábamos de salón en casa. Debuté con el traje de luces en San Fernando en 1947, Luego toreé en Barcelona, en Madrid tanto en Las Ventas como en  Vista Alegre, donde tuve una grave lesión. En Jerez actué junto a Joselito Huerta y Juanito Belmonte. A mi  hermano le debo todo. Hablaba con los empresarios y así actué en un montón de novilladas. En 1952, un novillo de Pablo Romero me pegó un cornalón en la plaza de El Puerto que me hizo muchos destrozos en la pierna. La verdad es que no tenía el valor de Rafael. Como no andaba para adelante, me quedé atrás. Las novilladas escaseaban y el dinero tambien, así que me volví a la vaquería a seguir ordeñando y limpiando las cuadras.

¿Y que ocurrió entonces?
—Un día llegó Rafael y me dijo “Baldomero tira la escoba y vente en mi cuadrilla”. Recuerdo que las primeras corridas que actué a sus órdenes fueron en Tánger, Casablanca y Orán. Con él estuve 10 años hasta que se retiró. Luego me coloqué con Pepe Martinez Limeño, los hermanos Carlos y Paco Corpas que ponían banderillas y yo me aliviaba. También con Gregorio Sánchez, donde llegué a torear una temporada más de 100 corridas,  con  Paquirri, buen torero,  Luis Parra Jerezano, Ruiz Miguel y con otros muchos toreros, porque entonces vivía en Madrid y allí se podía colocar con facilidad, entre ellos recuerdo que estuve con Enrique Vera. Andaba muy  bien con la capa, entendía a los toros y mi hermano Rafael siempre quería que lidiara.

¿Y con las banderillas cómo le fue?
—La verdad no me encontraba. Cuando estaba delante del toro con dos banderillas lo pasaba mal. Tenía gracia Cuevas, un buen fotógrafo, que me  decía,  “Baldomero no te puedo sacar ningún par bueno”.

¿Qué pasó con Paco Ruiz Miguel en una novillada en Zaragoza?
—A Paco lo queremos mucho. Porque desde niño cuando llegó a la vaquería, demostró unas ganas y una ilusión de ser torero que contagiaba. Formé parte de su cuadrilla varios años. Voy a contarle una anécdota que le ayudó mucho en sus comienzos para forjarse en esta dura profesión. Actuaba todavía de novillero. Fue en Zaragoza. No estuvo bien esa tarde y él lo recuerda. Pudo haber cortado oreja y no fue así. Terminada la corrida y cuando se iba a subir en el coche de cuadrilla, no le dejé subir y al chofer le ordené que arrancara. Se quedó tirado y tuvo que alquilar un taxi vestido de luces. Más bien lo hice para que meditara y que le sirviera para el futuro.

Su tío Rafael Ortega ‘Cuco de Cádiz’, fue un buen banderillero...
—Sí lo fue. Toreó mucho en Madrid y perteneció a la cuadrilla de Juan Belmonte. De modo que debió tener unas condiciones extraordinarias para estar con ese genio del toreo.

¿Qué nos tiene que decir de su hermano Rafael?
—Mucho y bien. Rafael fue un grandísimo torero. Echaba la  pierna para adelante y llevaba a los toros toreados y dominados. Uno de los toreros más puros. Triunfó en Madrid y el mismo año que se presentó tomó la alternativa y ya los madrileños lo tomaron  como suyo. Salió seis veces por la puerta grande, una de ellas sin haber cortado oreja, creo que es un caso único en la historia. En Sevilla abrió la puerta del Principe en cinco ocasiones, cortando rabos a dos toros de Miura y otro de Guardiola. Años mas tarde cortó un rabo su discípulo Ruiz Miguel y ya nadie más lo ha cortado. El Tesoro de la Isla como le llamaban a Rafael tenía un enorme cartel en todo el mundo. Mataba entre los  mejores de la historia, pero toreaba con el capote y la muleta, como pocos. No lo digo como hermano, porque los  mismos compañeros, muchos de ellos figuras, así lo comentaban.

¿Cómo era el toro que se lidiaba en las décadas de los años 50 y 60?
—El toro tenía mas temperamento. Se revolvía el doble, era más  terciado, pesaba entre 280 y 300 kilos a la canal. Nos hacía sudar más la camiseta. Hoy día es  bravo, embiste mas despacio y bien. Antes, de salida se corría a una mano, ya no se vé, porque algunos matadores quieren conservarlo para lucirse con el capote. Los quites entre matadores se han perdido, salvo raras excepciones.

¿Y la suerte de varas cómo la contempla en la actualidad?
—Hoy colocan un puyazo que vale por cuatro de antes. Sinceramente la suerte de varas se ha perdido. Ver un toro arrancarse de largo y tirarle el picador el palo, es un espectáculo bello. El toro tiene que dar emoción. Además el ¡olé! de antes, ya no es el mismo. Salía desde lo más hondo del aficionado.

¿Cree que  faltan gestos de las figuras?
—No me gusta criticar a nadie, porque todos son compañeros, pero no vendría mal en estos momentos que los hubiera. Ahora me he enterado que Manzanares, se va a encerrar con seis toros en la próxima feria de Sevilla. Es bueno. Recuerdo que cuando reapareció en Sevilla, Domingo Ortega lidió toros de Eduardo  Miura, junto a Manolo Vazquez y mi hermano Rafael. Resultó una tarde apoteósica.

Ha sido testigo de diferentes épocas del toreo y habrá vivido tardes importantes, para el recuerdo ¿Qué es lo más grande que recuerda?
—Aparte de las tardes de mi hermano y de otros toreros como  Rafael El Gallo, Manolo Escudero, un mago del capote, Domingo Ortega, Manolo del Pino, lo más grande como dice, se lo ví a Juan Belmonte  que le llamaban el Pasmo de Triana. Sucedió precisamente en la plaza de San Fernando, allá por los primeros años de los 40, en un festival. Había rejoneado de salida. Luego se bajó del caballo, tomó el  capote y dio cuatro lances y media liándose el capote al cuerpo, que fue un portento. El novillo parecía que estaba hipnotizado, Belmonte que era de estatura mediana, llevaba el capote tan templado y despacio que parecía que el lance duraba una eternidad. Además le imprimió  un sabor, que aún lo tengo grabado en la retina. Fue un monstruo.

Ha sabido conservarse maestro...
—No he sido hombre de juergas, bebedor, fumador. Por eso estoy  superior. Si no fuera por las piernas. Recuerdo que en una cuadrilla que estuve, un compañero, le gustaba  beber sus copitas. Cuando llegaba la hora, le cambiaba mi copa de vino por su tapa, así me tomaba, dos. El toro ha sido mi vida.  He vivido para mi mujer,  que es lo mejor que pude encontrar,  y para  mis hijos. Todos sacaron sus carreras y están bien situados. Amparo, mi mujer, cuidaba las ganancias de los ruedos y los gallos y entre los dos hemos sabido invertir. Como se decía en mi época, “la leche y el dinero para casa”. Vivo feliz. No me puedo quejar.

¿Total que lleva una vida sana, no maestro?
—Me sigo acostando a la hora de los gallos y me echó  fuera de la cama a la hora que empiezan a cantar. De algo me ha servido estar tantos años junto a ellos. Toda las mañanas desde mi piso veo a mi hermano Rafael, que tiene para las futuras generaciones,  un  monumento a su memoria muy cerquita de donde vivo. Es una alegría y  un orgullo a la vez. Le estaré muy agradecido siempre al Ayuntamiento, a la Diputación y a todas las personas que colaboraron para que fuese realidad.

Y para nosotros ha sido un placer conocer parte de su vida que con tanta lucidez y cariño nos ha contado. Como dijo tantas veces en la puerta de cuadrilla: ¡Qué Dios reparta suerte!
 

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