Inmaculada Espinosa ultimaba este miércoles la mudanza de su piso de la calle Manuel Lara Jerezano, en La Constancia, con la que más ha soñado. A su vuelta, dentro de más de dos meses, al fin se librará de los puntales que han decorado su salón desde hace cuatro años, y que los técnicos de Urbanismo colocaron justamente el día después de que el suelo del dormitorio del presidente de la asociación de vecinos de La Constancia se viniera abajo.
Afortunadamente, todo quedó en un susto. “No sé como no ha ocurrido una tragedia”, explica mirando a un techo que da miedo analizar demasiado. En el resto de las dependencias las humedades se han convertido en las verdaderas inquilinas. A la entrada de un salón en el que ha procurado estar lo menos posible con cuatro puntales gigantes, pero en el que no tenía más remedio que parar cuando su hija tenía que estudiar, aguardaban ayer los últimos bultos del traslado.
Aún no sabía a qué casa se mudaría aunque, como explicaba, “será por la zona”. Inmaculada es viuda y ni ella ni su hija podrán olvidar lo mal que lo han pasado estos años. “Los días que llueve se nos mojaba todo, y mira cómo tengo la casa”. Ayer al fin estaba todo listo para meter mano a este bloque tan castigado. Se mostraba “más tranquila”, aunque no contenta del todo. “Estaré contenta cuando me arreglen mi casa”, Aunque en este piso de cuatro plantas viven ocho familias, solo las que residen en las dos últimas deberán marcharse. Su otro vecino ha fallecido y no podrá ver su casa sin puntales. En el bloque 4 de la calle Raboatún, en La Vid, María García se emociona por todo lo que han tenido que pasar hasta ver llegar a los obreros.
Llegaron a brindar por el inicio de las obras hace dos años y aún no se cree cómo el matrimonio pensionista de la planta baja, debajo de su terraza apuntalada que en la que lleva años sin usar , haya podido soportar durante cinco vivir entre más de un centenar de puntales y, sobre todo, que no haya ocurrido una desgracia.
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