Patio de monipodio

Independencia

Todo el mundo es analista, como todo el mundo es periodista o diseñador. Menos mal que no todo el mundo se mete a médico. A político, sí, que para eso sólo hace falta tener un sitio en el partido

Es normal. Después del voto análisis a todo tren. Todo el mundo es analista, como todo el mundo es periodista o diseñador. Menos mal que no todo el mundo se mete a médico. A político, sí, que para eso sólo hace falta tener un sitio en el partido. Y dominar algunas “ciencias”, como saber endiñar navajazos bajo cuerda. O quitarle a los pobres para dárselo a los ricos, un “new style” que ha convertido al héroe en “Robón Hood”, rebaja cómodamente soportable, compensada como está gracias al ego -también conocido como erótica del poder- y unos motivadores emolumentos.

Ante tanto analista, se acusa el más disparatado análisis, con base en la permanencia de tópicos; nombres usados por los partidos políticos como garantía de marca, sin coincidencia con su posicionamiento ideológico. Sobre todo con la dialéctica “izquierda-derecha” (y esto no es la “yenka”), con lo que el analista deja al descubierto su escasa formación política, porque nadie profesa una ideología sólo por decirlo, por más que lo diga, aunque a fuerza de decirlo llegue a convencer a sus seguidores y sus enemigos encuentren un asidero cómodo.

No obstante, todos parecen de acuerdo en la calificación de batacazo para Arturo Más. Todos menos él, claro. Porque la ley electoral hecha para beneficio de algunos, sólo puede beneficiarlos si es en perjuicio de otros. O sea: del votante, que así puede ver burlada la voluntad, voluntariosa o inducida, que le llevó a depositar en la urna una papeleta y no otra. Con nombre de supermercado, no es extraño su búsqueda de negocio, que la pela es la pela. Si se pone de acuerdo con otros, tan necesitados como ellos de sillones en el “Parlament”, podrá seguir con su arrebato soberanista. Aunque, a lo que parece, una buena mayoría de votantes catalanes no están tan convencidos como él de la bondad de “su” independencia.

Él tampoco. Faltaría Más; ya dio un pasito atrás, antes de las elecciones, para dudar de la posibilidad -y conveniencia- de obtenerla. Amagar es otra cosa. Con lo bien que nos vendría a los andaluces que cajas, bancos y empresas tuvieran que tener una sede fuera de Cataluña, dónde pagarían los impuestos de lo consumido o recaudado, para que no puedan seguir presumiendo de ser los que más impuestos pagan, ni reclamar más por ello. Con el buen momento que sería para la Junta que, si fuera lista y tuviera algún interés, buscaría la manera de que muchas de esas empresas y entidades financieras tuvieran su sede en Andalucía, para que, gracias a la independencia catalana, los impuestos soportados por los andaluces se pagaran dentro de Andalucía. Y así Andalucía sería quien podría reclamar al menos una parte de ellos.

Ciencia ficción, por supuesto. Como la independencia catalana. Lo otro, no. Lo de reclamar los impuestos ingresados, que no generados, es ciencia exacta y pura. O conciencia (falta de).

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