Arañas, ranas, sapos y serpientes son escondidos en falsos equipajes o pegados en los cuerpos de los traficantes, según la bióloga.
El veneno de algunas serpientes se destina a tratar la hipertensión y ranas como la coloreada de la Amazonía tienen propiedades anestésicas patentadas por una multinacional.
Empresas de EEUU y de Japón poseen derechos sobre ciertas sustancias que segregan los sapos y que han sido utilizadas durante siglos por comunidades indígenas.
Norteamérica también se ha llevado la patente de plantas como el rupununine, un derivado de la nuez de un árbol que crece en Brasil y que se ha usado tradicionalmente por pueblos campesinos como medicación natural para dolencias cardíacas y neurológicas.
Castro de Oliveira también destaca el caso de la Theobroma grandiflorum, de nombre común cupuassu, una especie de cacao blanco que se utiliza para hacer chocolate en el norte de Brasil y cuyos derechos posee una empresa japonesa.
En Brasil se mueve entre un cinco y un 15% de ese negocio ilícito que genera en el mundo entre 10.000 y 20.000 millones de dólares al año, según datos del Gobierno del país correspondientes a 2006. Este contrabando comenzó en la época de la colonización, se agravó en los años sesenta y en la actualidad se ha convertido en un “auténtico abuso”, según la científica brasileña.
El tráfico de animales es un delito que en Brasil está castigado con penas de hasta un año de prisión, pero Ursula considera que “falla la fiscalización”.
La bióloga trabaja en la ONG Iandé, dedicada a denunciar esta situación con la ayuda de otras organizaciones y universidades, pero se trata de algo “muy difícil” de localizar, porque sólo se puede investigar en el momento en que empresas extranjeras lanzan un nuevo medicamento elaborado con sustancias que provienen de animales brasileños.
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