“Le petit chaperon rouge”, es decir, “Caperucita Roja”, echó a andar de la mano de Charles Perrault (1628-1703), en sus “Historias y relatos de antaño”, obra aparecida en 1697; años después, la recogieron los hermanos Grimm, Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859), en sus “Cuentos infantiles y del hogar”, publicados en tres volúmenes, entre 1812 y 1822.
Hay una diferencia esencial entre ambas versiones de la fábula, aun discurriendo paralelas; en Perrault, el lobo, metido ya en el lecho de la abuela, devora a Caperucita; en los Grim, el cazador llega a tiempo de abrir el vientre del lobo, y sacar sanas y salvas a la niña y a la abuela. Federico Federici, que ha estudiado a fondo el tema, dice que Perrault, a su estilo, “termina con una moraleja galante, que se relaciona bastante mal con la fábula”, en tanto que los Grimm ralentizan el relato (Caperucita no corre persiguiendo mariposas, sino que se detiene a coger flores para regalar a la abuela); extendiéndose “en descripciones que perfuman toda la fábula de húmedo olor a bosque”.
Si me detengo en cuanto antecede, es porque acabo de recibir y leer una nueva versión del famoso cuento (una más, entre las muchas que han visto la luz a lo largo de más tres siglos), escrita por Yanitzia Canetti e ilustrado por Luisa vera: “Caperucita Descolorida”, editada por la leonesa Everest.
Yanitzia Canetti, cubana de 1967, ha publicado más de veinte libros de diversos géneros -novela, teatro, cuento, poesía-, millares de artículos y reseñas y numerosas traducciones, que le han valido múltiples premios. Su “Caperucita Descolorida” se sirve del verso rimado, en el que la intención narrativa se impone al rigor métrico, lo que la lleva a no perfilar con pulcritud el octosílabo que toma como base. (“Caperucita Descolorida”, valga como solo ejemplo, tiene diez sílabas).
Canetti llama Margarita a su niña que, siguiendo la fábula tradicional, se apresta a llevar a su abuelita un morralito (los diminutivos son muy frecuentes), con elotes, jitomates, frijoles y chile verde, en tanto su madre le da para el camino unos cuantos nopales; todo lo cual enriquecerá sin duda el vocabulario de los pequeños lectores españoles, acostumbrados “al rico pastel y una jarrita de rica miel” de su cestita.
No hay aquí lobo, sino coyote; ni cazador, sino policía, a quien la niña, en pleno desierto, consigue dar aviso para que espere al coyote Angelito en casa de la abuela, y lo detenga. El coyote acaba en la cárcel -acusado de engañar a una menor y morder a un agente de la autoridad-, y “Caperucita asistió/ desde aquel día a la escuela/ y un buen día se ganó/ ¡una caperuza nueva!”.
Roja ya, por supuesto, como nos la pinta Luisa Vera en su página final.
En suma, un cuento que interesará a los niños, conocedores de su trama central y aquí de sus variantes, a lo que ayudarán las abundantes ilustraciones y la generosa edición.
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