Opiniones de un payaso

En todos lados cuecen habas

Incidía en ello la semana pasada. Sorprende que sea el señor De Guindos, ministro de Economía de Rajoy, quien diga que España no tiene un problema de endeudamiento público. Hace diez meses seguro que habría dicho otra cosa bien distinta...

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Incidía en ello la semana pasada. Sorprende que sea el señor De Guindos, ministro de Economía de Rajoy, quien diga que España no tiene un problema de endeudamiento público. Hace diez meses seguro que habría dicho otra cosa bien distinta.
Con todo, uno de los argumentos recurrentes del PP, y transmitido como consigna a su militancia, es recordar que Aznar dejó la deuda del estado en unos 235.000 millones de euros en 2004 mientras que ZP la ha dejado en más de 700.000 millones siete años después. Lo que puede considerarse toda una maldad, aunque sea cierto. Y digo toda una maldad porque comparar el montante de la deuda global de un estado en dos momentos diferentes, sin ningún otro parámetro de por medio, es cuando menos, dicho sea desde la perspectiva de lo económico, una manipulación malintencionada de los hechos, una herejía epistemológica en toda regla.
Siendo verdad, como lo es, que lo que el estado español adeuda ha pasado de 235.000 millones a más de 700.000, lo es también que dicho aumento se ha producido en un período de crecimiento de la economía, y de ciclo expansivo del presupuesto, durante el cual la financiación, hasta la irrupción de la crisis, estaba garantizada. El nivel de endeudamiento de un país ha de medirse y se mide en relación a su PIB y en relación, por supuesto, al de otros países de su entorno. Proceder de otra forma  resulta desde el punto de vista metodológico inaceptable. Si nos atuviéramos tan sólo a esas dos cifras mencionadas tendríamos que concluir que la deuda española se ha incrementado durante el período señalado en un 300 por 100 y esa apreciación no reflejaría en absoluto la realidad.
También es verdad, por ejemplo, que desde 2003 a 2007, justo antes del inicio de la recesión, se incrementó en casi tres millones el número de personas ocupadas en España, pasando de 17.295.900 a 20.356.000, y que dicho número, a pesar de la crisis, se mantenía a finales de 2011 más de un millón por encima del que se registraba cuando Aznar abandonó la presidencia del Ejecutivo, con 18.303.000. Pero, al hacer balance, no sería de recibo afirmar que, a la luz de dichos datos, el paro se haya incrementado en este país sólo en algo más de 1  millón durante los últimos 7 años de administración socialista, cuando ha pasado de 2.213.600 a 4.833.700 personas desempleadas.
Diciendo esto lo que pretendo es llamar la atención sobre la necesidad de que en el debate político se imponga de una vez por todas el rigor, la cordura y, sobre todo, la honestidad intelectual, aunque suene a utopía.
Desde el PSOE tal vez no se puedan dar lecciones. Mas convendrán conmigo que desde el PP tampoco. Así que ese toma y daca al que asistimos un día sí y otro también, ese rifirrafe continuo al que nos tienen acostumbrados los dos principales partidos llamados a gobernar, ese tirarse los trastos a la cabeza que confunde y desalienta a los ciudadanos, bien podríamos ahorrárnoslo y salir ganando todos.
Quizá no sea posible conciliar posturas, pero sí actitudes, y gracias a ello llegar a puntos de encuentro en cuestiones esenciales, y con la necesaria urgencia que la situación exige, por encima, por debajo o al margen de las ideologías.
¿Se imaginan la que se podría liar, por ejemplo, si ahora a Rubalcaba le diera por acusar al Gobierno de plegarse a las exigencias de Eta como consecuencia de la concesión de la libertad condicional para Bolinaga? Pues a eso es a lo que en el fondo me estoy refiriendo.
Se puede y se debe discutir, discrepar, dialogar… Aunque mejor nos iría si ello se hiciera con algo menos de acritud y mucha más generosidad por cada una de las partes. Es lo que la gente, la mayoría de la gente, pide.
Que, si a unos les pesan sus eres, a los otros, sus tramas a lo gurtel. Sabido es que en todos lados cuecen habas y que todos tenemos por donde callar.

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