"Histeria viene del griego 'hystera', útero, así que no es de extrañar que un buen masaje para 'recolocar' tan sensible parte femenina acabase de un plumazo con locuras tan graves como pedir el sufragio femenino", explica a EFE la cineasta Tanya Wexler, en Madrid para promocionar su comedia "Hysteria".
"A finales del siglo XIX las mujeres tenían que cumplir un papel social y si no podían, o no querían cumplirlo, les diagnosticaban histeria", afirma Wexler, quien supo desde el primer momento que rodaría esta película sobre el invento del vibrador porque necesitaba reirse, agotada de bregar con sus cuatro hijos.
Porque, aunque parezca increíble, "y esto es historia", apunta Wexler entre risas, en esa época la insatisfacción femenina (sexual, emocional, familiar, laboral y más) se trataba como un desorden de ansiedad a base de pastillas y psicoanálisis, en algunos casos paciencia, y en pocos -los que podían pagarlo-, con los "cuidados" personalizados de un experto.
Y si ese experto acaba con tendinitis a causa de las veces que debe calmar (entre las piernas) la histeria de las señoras de la alta sociedad londinense de 1881, lo normal es que recurra a un amigo inventor que fabrique un aparato que sustituya el movimiento de la mano.
Esto es, en síntesis, la historia de "Hysteria", una comedia deliberadamente británica y de inequívoco humor inglés donde brillan sus protagonistas: Hugh Dancy (el doctor Granville, el de la tendinitis) Rupert Evert (el amigo inventor) y Maggie Gyllenhaal, hija mayor del jefe de Dancy, Charlotte.
"Charlotte es una heroína clásica, la mujer que me hubiera gustado ser si hubiera vivido esa época -dice Wexler-, pero yo no soy tan valiente: ella sacrifica su vida, su dinero, su familia. Asume riesgos para ser auténtica, no es sólo una sufragista, es una mujer que quiere ayudar a las mujeres y que dice las verdades a la cara".
La película, añade la directora, "es divertida por lo absurdo, pero no había otro modo de contar cómo estas mujeres se hicieron con el control de su cuerpo", en un momento de la Historia en el que clínicamente sólo se reconocía la existencia de sexo si había penetración, evitando dramatismos y sin caer en la cursilería.
Y todo ello sin que en la película se pronuncie nunca la palabra orgasmo y sin que se vea siquiera un pie desnudo: sólo los efectos jubilosos del tratamiento en las señoras, jóvenes y no tan jóvenes, de la alta sociedad londinense.
Wexler ha conseguido una mezcla de romance con algo de medicina y una buena dosis de discurso social feminista, visto desde la ironía, el cinismo y la elegancia inglesa, todo ello entre situaciones hilarantes y a veces, disparatadas.
Ese punto de vista feminista "está -señala Wexler- porque yo lo soy, no intento ocultarlo, pero mi feminismo no es una guerra de sexos, sino de igualdad de oportunidades y aquí lo que vemos es que uno de los grupos, las mujeres, no disfrutan de esa igualdad".
"Cuando empecé a investigar para la película me di cuenta de que todos nuestros tabúes de hoy vienen de la época victoriana: es un momento importantísimo de cambios, en la ciencia, la biología, la medicina, Darwin, la electricidad, Freud...y todo esto en medio de una sociedad liderada por mojigatos y reprimidos; y de ahí nace la base de las familias actuales", reflexiona.
Y concluye que "parte de la diversión de esta película radica en la distancia, porque desde nuestro punto de vista moderno no comprendemos lo que sucedía entonces, pero en el futuro la gente verá lo que hacemos hoy y se morirá de la risa, pensará: ¿qué hacen todo el día con el teléfono en la oreja o inyectándose bótox en la frente?".
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