Y su principal arma es el miedo. El miedo irracional a terminar delante de la tapia de un cementerio ha sido sustituido por otro tipo de espanto, no menos canalla y humillante. Porque eso es, fundamentalmente, el miedo a la miseria: temor a la humillación que la acompaña. Cada mañana nos despiertan con la dosis correspondiente. No hay mejor manera de alienar a los pueblos: el temor a una gran desgracia hace soportables desgracias menores. El temor a perder el puesto de trabajo sin apenas indemnización rebaja la presión del trabajador a niveles que nuestras memorias de gentes modernas ignoran.
Si el arma es el miedo, la herramienta son los números. Y si solo de números se tratara, yo mismo estaría dispuesto a aplaudirles, con las orejas incluso. Les pongo un ejemplo: Juan García es un trabajador de 53 años, con más de 25 en nómina como personal laboral de una empresa pública, puesto al que accedió a través de la oposición correspondiente. Después de la reforma laboral aprobada por la apisonadora Popular, y con la excusa de las “pérdidas preventivas” (hay que ver lo que les gusta todo lo “preventivo”, guerras incluidas, a la derecha) Juan se ve en la calle con una indemnización mínima y con perspectivas prácticamente nulas de volver a trabajar. Eso sí, su puesto dará trabajo precario a varios jóvenes. Los números salen: un despedido, varios contratados. Pero no son números, son personas, estúpidos. Personas de más de 50 años condenadas a no volver a trabajar. A tener una pensión ínfima o a no tener pensión. Jóvenes destinados a soportar la desconfianza eterna de no saber si el próximo mes seguirán teniendo trabajo. Personas con el inconveniente hábito de comer dos veces al día y de darle de comer a sus familias.
El premio Nobel de literatura John Steinbeck nos mostraba en “los vagabundos de la cosecha”, un estremecedor reportaje periodístico que se convertiría más tarde en “Las uvas de la ira”, la degradación y la humillación a las que conduce la miseria a las personas normales, que de un día para otro se ven expulsadas de su vida anterior por la falta de trabajo. Debería ser de lectura obligatoria para todos aquellos que juegan con nuestras vidas a través de los números, los balances, las primas de riesgo y las estadísticas.
Pero no, a quien proteste, leña al mono, que es de goma. Hace unos días fueron las trabajadoras de Jerez, hoy los estudiantes de Valencia. Las mujeres y los niños, primero. Tampoco es que sea una sorpresa, al fin y al cabo ya lo advirtió tras su toma de posesión el nuevo ministro del interior: seremos firmes, dijo. Ya se sabe, al palo lo llaman “firmeza”. Como al despido “flexibilidad”.
Y, unos y otros, jóvenes y mayores, a soportar las fluctuaciones de humor de unos empresarios que, no nos engañemos, no están a la altura. Sí, esos mismos que tenían a Gerardo Díaz Ferrán –hoy imputado por robarle 4.4 millones de euros al grupo Marsans- como representante. Van tan crecidos que se atreven con las propuestas más peregrinas: revisar el derecho de huelga (¡¡¡) o quitarle el subsidio de paro al desempleado que no acepte una oferta de trabajo venga esta de donde venga. O sea, si usted es una madre parada con hijos pequeños y vive en La Línea, si no acepta una oferta –naturalmente de trabajo precario- que le viene, digamos, de Vigo, se queda sin cobrar. ¿A que son geniales? Y el tipo que hacía esta propuesta iba más allá: decía que así lo hacen en los países escandinavos. Pues les cambio a pelo las condiciones laborales - deberes y derechos- de trabajadores... y de empresarios, que tenemos los españoles, pongamos, por las de Islandia. Si, ese sitio en donde han metido en la cárcel a los banqueros que provocaron la quiebra. Propuestas, digo, tan disparatadas, que hasta el gobierno de la reforma laboral se ha apresurado a desmarcarse de ellas. De momento.
La historia del capitalismo ha sido sacudida de forma regular por crisis de mayor o menos entidad. Algunas acabaron anegadas en sangre. Todas en dolor, miseria y humillación. Pero en todas surgió una figura excepcional –Roosevelt, Churchill, Adenauer o, lo acepto, Margaret Thatcher- que lideró la recuperación. En ésta, esa figura no aparece por ningún lado. Y el enemigo es, ahora, mucho más peligroso. Porque nadie sabe muy bien quiénes son esos “mercados” que exigen despidos, recortes, cambios de gobierno, reformas laborales... Nadie sabe quien es el enemigo, donde tiene su guarida, como se le puede combatir... Y ya que empezaba este desahogo con una cita de Don Manuel Azaña, acabo con otra de un contemporáneo suyo, Miguel de Unamuno: “Tengo el consuelo de mi pesimismo. ¿Consuelo dice usted? Si, porque por mal que vengan las cosas, no vendrán peor de lo que yo me temo...”. Amen.
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