Notas de un lector

Andersen, ayer y siempre

Cuando retomamos las obras de algunos de los grandes clásicos de la literatura, y volvemos a disfrutar y a vibrar con su ingenio y sabiduría, nos preguntamos si –desde el ámbito del creador- nos quedará aún algo por inventar, algo que no haya sido todavía escrito, reflejado o revelado con el paso sosegado de los siglos. Y vienen al caso estas leves consideraciones, tras haber vuelto a “tropezar” con la magistral pluma de Hans Cristian Andersen (Odense, 1805 – 1875).



La pobreza de su familia y, por ende de su infancia, proporcionó al escritor danés una gran riqueza vital que, posteriormente, puso al servicio de sus textos. Apasionado de la poesía y del teatro, probó suerte en la Copenhague de entonces como autor y actor. Pero (al igual que le ocurriera al gran genio galo, Charles Perrault) hasta que no derramó su fantasía en sus “Cuentos para niños” -publicados en 1843-, no obtuvo el reconocimiento y la popularidad de los que hasta hoy en día goza.
Sus archiconocidos relatos, tanto los “fantásticos” como los “realistas”, vienen signados por el aliento lírico de lo maravilloso. ¿Quién no ha sentido en su corazón niño la intensidad de historias como “La sirenita”, “El patito feo”, “La cerillera”, “El soldadito de plomo”, “El traje nuevo del emperador” u otros de menor resonancia, pero de igual valía, como “El sapo”, “El escarabajo” o “Pulgarcita”?

Ahora, y con su buen hacer habitual, la editorial Impedimenta nos regala “Los zapatos rojos”, con traducción directa del danés de Enrique Bernárdez. Llaman poderosamente la atención, las sugestivas ilustraciones de Sara Morante, que ha sabido reflejar con su lúcido pincel la singular atmósfera que envuelve el conjunto narrativo.
La pequeña Karen, la desgraciada protagonista de “Los zapatos rojos”, es una niña huérfana y pobre que apenas dispone de unas monedas para comprarse unos zapatos. Un día, tiene la suerte de que una bondadosa anciana la recoge de la calle y la lleva a su casa, donde le proporciona trajes, comida y un sinfín de atenciones. Pero la coquetería de Karen, le hará encapricharse de unos zapatos rojos de los que no quiere separarse, y que a la postre se convertirán en su condena, pues tan deseado calzado adquirirá la “indeseada” virtud de no parar de bailar bajo sus pies. La vida de Karen será un incesante ir y venir de acá para allá, a la búsqueda de un remedio para la maldición que le ha sobrevenido: “¡Bailarás con tus zapatos rojos hasta que te quedes pálida y fría! ¡Hasta que la piel se te quede pegada a los huesos como en los esqueletos!.”

Los relatos de Andersen atrapan desde un principio por la aparente sencillez de sus planteamientos y por la soltura con la que maneja a sus protagonistas. Pero en éste que comento, sus intenciones van más allá, pues consigue trazar una pieza cuasi autobiográfica, en la que laten sus remembranzas de haber tenido un padre zapatero y haber vivido una niñez harto desdichada.

Escribió tiempo atrás nuestro universal Antonio Machado, que “Ni el pasado ha muerto, ni está el mañana en el ayer escrito”. Y sin duda que se agranda tal frase tras la lectura de este emocionante volumen.

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