Nacido en Francia en 1933, emigró con sus padres a Polonia huyendo de los nazis antes del estallido de la guerra, cuando en realidad no hicieron sino meterse de lleno en la boca del lobo: su madre murió en un campo de concentración y él creció ligado a la tragedia diaria del gueto de Varsovia, donde estuvo a punto de perder la vida víctima de un asesinato frustrado. Ya consagrado como director en Europa, gracias a El cuchillo en el agua y Repulsión, dio el salto a Hollywood, donde, además de dirigir tres obras maestras -El baile de los vampiros, La semilla del diablo y Chinatown-, se vio sacudido por el asesinato de su mujer, la actriz Sharon Tate, y empezó a prodigarse en amistades peligrosas que culminaron en la fatídica acusación por abusos a una menor.
Polanski aprovechó un permiso para viajar al extranjero para huir de la justicia norteamericana y establecer su residencia en Francia, donde como ciudadano francés no podría ser extraditado y desde donde ha desarrollado toda su producción cinematográfica hasta nuestros días.
Obviamente no posee un currículum personal intachable, como muchas otras estrellas a las que adoramos, pero por encima de las causas judiciales siempre pesará mi primer recuerdo de Polanski y su intachable trayectoria como realizador, como autor. Y ese primer recuerdo permanece ligado al del torpe ayudante del profesor Ambrosius que recorre Transilvania en busca de vampiros y al de una película concebida como una parodia del cine de terror de los sesenta que constituye por sí misma una de las grandes comedias de la historia del cine y un magistral ejemplo de cómo aprovechar hasta el más inofensivo punto de partida de una historia para mostrar la habilidad de un narrador exquisiro -y sí, también he de reconocerlo, saber que no iba a poder disfrutar en ni una sola película más de aquella actriz tan hermosa y espléndida, Shaton Tate, porque había sido asesinada, fidelizó aún más mi predilección por aquel tipo bajito y torpe que había hecho una película tan divertida como terrorífica y, más aún, inolvidable-.
A sus 78 años, y después de la excelente El escritor, regresa a la dirección con la adaptación de una nueva obra teatral -ya lo hizo en la notable La muerte y la doncella-, Un dios salvaje, de la autora francesa Yasmine Reza, junto a la que ha escrito el guión, y apoyado en sus únicos y extraordinarios cuatro protagonistas: Kate Winslet, Jodie Foster, Christopher Waltz y John C. Reilly.
Su edad, y la estimable calidad de todas y cada una de las películas que ha dirigido a lo largo de las dos últimas décadas, lo convierten en un auténtico superviviente, en la misma línea de otros escasos veteranos, como Clint Eastwood, fieles a un compromiso autorial y a la veneración de un arte con el que contar historias.
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