Un paseo por los cementerios de la comarca ofrece muchas sorpresas y muchas historias. Historias de amor, tragedias que perviven con el paso del tiempo, leyendas misteriosas o solemnes epitafios de personas ilustres.
Así sucede en el cementerio viejo de Algeciras donde, entre muchas historias, pervive la de una joven que murió en 1920 por tratar de evitar una pelea, y que recibió un cuchillazo mortal. Su recuerdo está esculpido sobre su tumba, donde la figura de un ángel llora sobre la joven yacente.
Pero si hay una leyenda que crece con el paso del tiempo en este camposanto es la de Antonio, un joven soldado fallecido de quien se dice que es santo. La leyenda dice que, cuando una mujer estaba arreglando las flores de un nicho, un joven se le acercó y le dijo que arreglara también la de una tumba que se encontraba en mal estado.
Cuando la mujer se acercó, pudo ver en la foto que el fallecido era el mismo joven que se le había acercado.
Desde este momento, la leyenda de Antonio el Santo creció en el imaginario popular algecireño, y son incalculables las personas que acuden para pedirle que interceda por ellos, y las que le engalanan de flores.
Incluso, un hombre le prometió que gastaría dos millones en flores si le sacaba de la cárcel, promesa que cumplió al salir de prisión enviando varios camiones con flores para la tumba de Antonio.
Otras leyendas, como la de un niño milagroso, también corren por el cementerio, pero son las menos. Junto a este imaginario colectivo, en el camposanto algecireño pueden encontrarse inscripciones, antiguas y actuales, que dejan la huella de la memoria de los difuntos sobre la historia de la ciudad.
Entre los más ilustres se encuentran el sepulcro de la familia Santacana, o el del pintor Ramón Puyol, en cuyo epitafio puede leerse una larga sucesión de poesías, de donde se sacan fragmentos como “la muerte no existe... es sólo el último peldaño de la escalera de la vida”, o “yo, personalmente, he resucitado y, paradójicamente, frente al cementerio”.
De gran belleza y poesía es también el epitafio de Antonio Sánchez Pecino, padre de Paco de Lucía, en cuyo sepulcro puede leerse “también nos condena a muerte, cuando Dios nos da la vida”, letra de un fandango que el propio Antonio Sánchez escribió y que se elevó en la sublime voz de Camarón de la Isla.
Otras leyendas pueden leerse en lápidas de personas más anónimas, que quisieron dejar testimonio inmortal de sus vivencias. Así sucede en una lápida con el siguiente epitafio: “rememorando que en mi juventud de mi existencia, como el tiempo pasó por mi en la vida y dejando mi alma entristecida, no aprendí de las artes ni la ciencia, qué importa que me abrume la conciencia y delire mi mente de amargura, si el mal, cuando ya es viejo no se cura aunque quiera tratarse con violencia. Jóvenes que encauzáis nuestro destino, no usar de la soberbia en los reveses, pues desengaños cogeréis con creces y abrojos sólo habrá en vuestro camino. Cumplid nuestros quehaceres con paciencia y atended con prudencia el buen consejo”.
En otros casos, también se encuentran en el cementerio de Algeciras epitafios literarios como “quiero dormir un rato, un rato, un minuto, un siglo; pero que todos sepan que no he muerto”; o católicos, como “al fin de la vida se recoge el fruto de las buenas obras”. Lo mismo sucede con las dedicatorias de los seres queridos a sus difuntos, una recopilación de deseos y sentimientos de todo tipo.
Incluso, con reminiscencias directas a acontecimientos históricos, como sucede con el monumento a los caídos del bando nacional y el más reciente a los republicanos algecireños represaliados durante la Guerra Civil.
Comarca
El cementerio de San Miguel, en el casco antiguo de San Roque, guarda también tumbas muy significativas, como la de un grupo de liberales que fueron fusilados en el municipio en 1831. Entre los más ilustres difuntos del camposanto sanroqueño se encuentra Mercedes Huertas, que murió en los años treinta, y que dedicó su vida al mecenazgo, siendo a ella a quien se debe, por ejemplo, el banco largo de la Alameda. También se encuentran panteones familiares como los de los Sola o los Galiardo, que influyeron de forma determinante en la vida social y política del municipio en el siglo XIX. Como elemento anecdótico, en el cementerio de Guadiaro fueron enterrados en los noventa los restos del torero Luis Miguel Dominguín.
El cementerio de La Línea cuenta con una reciente iniciativa, como es el Panteón de Linenses Ilustres, un monumento a la memoria de los antepasados más importantes del municipio que, de momento, se encuentra a la espera de que se vaya aprobando la inclusión en el mismo por permiso familiar. En el cementerio de San José reposan los restos de ilustres linenses como José Muñoz Molleda, el concejal socialista Tato Velázquez, el alcalde Francisco Niebla, José Cruz Herrera o Juanito el Médico.
Otro escenario singular es el cementerio de Trafalgar, en Gibraltar, que fue consagrado en junio de 1798, siete años antes de la Batalla de Trafalgar. Fue construido para ser el Cementerio del Puerto, y fue también una parte del Cementerio del viejo lago, situado al otro lado del muro de Carlos V. Es aquí donde se encuentran enterrados algunos hombres que perdieron su vida en la Batalla de Trafalgar, en octubre de 1805.
Frente al camposanto hay una estatua en memoria del almirante Lord Nelson, construida en 2005 en conmemoración al 200 aniversario de la batalla. La mayoría de las tumbas reflejan las tres epidemias de fiebres amarillas en 1804, 1813 y 1814, así como las Guerras Napoleónicas y la Batalla de Algeciras (1801).
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