Lo que queda del día

El espíritu de los indignados sobrevuela Sunset Park

“Es el guerrillero del agravio, el campeón del descontento, el detractor militante de la vida contemporánea que sueña con forjar una nueva realidad con las ruinas de un mundo fallido. A diferencia de la mayoría de los inconformistas de su clase, no cree en la acción política. No pertenece a movimiento ni partido alguno, nunca ha hablado en público, y no tiene deseos de sacar a la calle hordas coléricas para quemar edificios y derribar gobiernos”. Así describe Paul Auster a uno de los personajes de su última novela, ‘Sunset Park’ –sí, la misma en la que uno de los personajes femeninos lleva por nombre Pilar Sánchez-. Fue editada a finales del pasado año y está ambientada en 2008, cuando desde Estados Unidos llegaban las primeras alarmas sobre una recesión económica de proporciones gigantescas y, por ende, globales –los americanos han sido mucho de presumir por sus logros individuales, pero a la hora de hundirse han preferido hacerlo cogidos de la mano de sus grandes aliados internacionales-. Todavía recuerdo mis primeras clases de historia en el colegio, cuando empezabas a conocer las primeras nociones de lo que supuso el gran imperio romano. El profesor nos cuestionaba: ¿quién es hoy en día ese gran imperio? Los Estados Unidos, respondía antes de esperar una respuesta, para concluir: pues también llegará el momento en que caiga. Ese momento parece que se encuentra cada vez más cerca. No sé si nos dará tiempo a vivirlo en primera persona, siquiera si la debacle tendrá la trascendencia histórica de la desaparición del imperio bajo el que nunca se ponía el sol, pero sí que lo harán las generaciones que nos sucedan, para las que los Estados Unidos de América será una potencia más dentro del nuevo orden internacional.


De la última novela de Paul Auster sobresale esa conciencia crítica hacia el nuevo panorama mundial que ha deparado la presencia de George W. Bush al frente de la Casa Blanca, el control ejercido desde su gobierno sobre la ciudadanía a partir de leyes patrióticas emanadas del discurso-coartada de la nueva dimensión del terror que amenaza a la gran nación libre del mundo, el temor asentado entre jóvenes y adultos ante las incertidumbres que depara el futuro inmediato. Y si bien es cierto que la historia central habla de la pérdida de la inocencia de un joven atormentado por una tragedia familiar, el conjunto gravita sobre la pérdida de la estabilidad en un entorno intocable hasta ahora, que se desmorona a medida que brotan las heridas personales y la sensación de ocupar un lugar en el mundo conocido se ha desvanecido –las constantes alusiones a la película ‘Los mejores años de nuestra vida’ suponen una oportuna piedra de toque ante el fin de una época a la que ya comienzan a ser ajenas las nuevas generaciones-.

Por eso mismo resulta tan importante la descripción que realiza de uno de los jóvenes de la historia, Bing Nathan. Porque lo considera consecuencia de la nueva realidad norteamericana, pese a que consciente, o inconscientemente, a quien ha retratado de manera premonitoria y notable ha sido al colectivo de indignados que brotó al unísono en nuestro país el pasado mes de mayo y, también, a las rebeliones vividas en el norte de Africa desde comienzos del presente año, desde Túnez a Egipto y Libia, en las que las movilizaciones ya no persiguen exclusivamente la protesta contra los gestores del país, sino su expulsión del poder bajo la utilización de la fuerza si es necesario.

Y leí con agrado la descripción al mismo tiempo que los indignados españoles volvían a citarse en la Puerta del Sol, pero también con las persistentes dudas acerca de la viabilidad de un movimiento ciudadano al que siguen instándoles a ocupar, no las plazas, sino los partidos. Sería lo ideal, aunque siempre que se pueda contestar antes a otra pregunta evidente: ¿qué partidos? ¿Qué partidos hay en España en estos momentos capaz de aglutinar la voz de la calle, la voz de los ciudadanos, de los que tienen cada vez más claro a quién hay que castigar por la crisis que llevamos arrastrando ya tres años y cuáles son las primeras medidas que deberían poner en práctica los encargados de gobernar el país? Lo triste es que las elecciones generales están ahí a la vuelta de la esquina y no hay respuestas concretas, tan sólo el interesado interés manifiesto de los diferentes partidos por mostrarse ante la sociedad como los principales avalistas de las reivindicaciones y proclamas que se realizan desde la calle.

La culpa la sigue teniendo nuestra aún joven democracia, o mejor aún, nuestra propia inmadurez democrática, aunque Paul Auster, tan certero en su visión del nuevo espíritu crítico y de tan honda raíz demócrata, tampoco es capaz de dar una respuesta que satisfaga ahora mismo nuestras inquietudes.

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