De la última novela de Paul Auster sobresale esa conciencia crítica hacia el nuevo panorama mundial que ha deparado la presencia de George W. Bush al frente de la Casa Blanca, el control ejercido desde su gobierno sobre la ciudadanía a partir de leyes patrióticas emanadas del discurso-coartada de la nueva dimensión del terror que amenaza a la gran nación libre del mundo, el temor asentado entre jóvenes y adultos ante las incertidumbres que depara el futuro inmediato. Y si bien es cierto que la historia central habla de la pérdida de la inocencia de un joven atormentado por una tragedia familiar, el conjunto gravita sobre la pérdida de la estabilidad en un entorno intocable hasta ahora, que se desmorona a medida que brotan las heridas personales y la sensación de ocupar un lugar en el mundo conocido se ha desvanecido –las constantes alusiones a la película ‘Los mejores años de nuestra vida’ suponen una oportuna piedra de toque ante el fin de una época a la que ya comienzan a ser ajenas las nuevas generaciones-.
Por eso mismo resulta tan importante la descripción que realiza de uno de los jóvenes de la historia, Bing Nathan. Porque lo considera consecuencia de la nueva realidad norteamericana, pese a que consciente, o inconscientemente, a quien ha retratado de manera premonitoria y notable ha sido al colectivo de indignados que brotó al unísono en nuestro país el pasado mes de mayo y, también, a las rebeliones vividas en el norte de Africa desde comienzos del presente año, desde Túnez a Egipto y Libia, en las que las movilizaciones ya no persiguen exclusivamente la protesta contra los gestores del país, sino su expulsión del poder bajo la utilización de la fuerza si es necesario.
Y leí con agrado la descripción al mismo tiempo que los indignados españoles volvían a citarse en la Puerta del Sol, pero también con las persistentes dudas acerca de la viabilidad de un movimiento ciudadano al que siguen instándoles a ocupar, no las plazas, sino los partidos. Sería lo ideal, aunque siempre que se pueda contestar antes a otra pregunta evidente: ¿qué partidos? ¿Qué partidos hay en España en estos momentos capaz de aglutinar la voz de la calle, la voz de los ciudadanos, de los que tienen cada vez más claro a quién hay que castigar por la crisis que llevamos arrastrando ya tres años y cuáles son las primeras medidas que deberían poner en práctica los encargados de gobernar el país? Lo triste es que las elecciones generales están ahí a la vuelta de la esquina y no hay respuestas concretas, tan sólo el interesado interés manifiesto de los diferentes partidos por mostrarse ante la sociedad como los principales avalistas de las reivindicaciones y proclamas que se realizan desde la calle.
La culpa la sigue teniendo nuestra aún joven democracia, o mejor aún, nuestra propia inmadurez democrática, aunque Paul Auster, tan certero en su visión del nuevo espíritu crítico y de tan honda raíz demócrata, tampoco es capaz de dar una respuesta que satisfaga ahora mismo nuestras inquietudes.
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