Notas de un lector

Inventario del corazón

Tres años atrás, Federico Gallego Ripoll (Manzanares, Ciudad Real, 1953) daba a la luz “Un lugar donde esperarte.1981-2007”, antología poética que cronológicamente abarcaba las casi tres décadas que lleva al pie de las letras.

En aquella compilación, que reunía una amplia muestra de sus quince libros editados, el autor manchego confesaba: “Si pongo por escrito aquello que recibo es para devolver lo que tomé prestado de la vida, que nada de lo importante tiene dueño, y hay lugares, emociones y silencios, que sólo se poseen si se comparten”. Y no cabe duda de que el decir de Gallego Ripoll se afana en establecer un íntimo diálogo con el lector mediante un verbo mesurado y un verso que conjuga con exactitud la temática vitalista y la meditativa.

La reciente publicación de “Dentro del día, acaso” (Algaida Editores. Sevilla, 201. XXIX Premio de Poesía Ciudad de Badajoz), nos devuelve la voz de un poeta con mayúsculas, de un hombre que conoce y reconoce la mejor forma de servir en bandeja una poesía honda, de cuidada elaboración.
En este renovado inventario del corazón, el vate manchego batalla contra la incertidumbre de los días, contra el desasosiego que provoca la rutina y despliega un personal repertorio para hacer de la esperanza lugar común. Sabedor de que las pérdidas se mitigan con la memoria, que las ausencias se alivian con el coraje del alma y que la dicha es un instante tan sanador como efímero, su cántico se convierte en una constelación unitaria que quiere perpetuar la encendida dimensión del ser humano. Porque en el vital compromiso de su verbo está su lírico secreto, tal y como anuncia en el poema que le sirve de pórtico: “ Yo escribo con las palabras que le he robado a los muertos/ para que no se pudra mi voz de estar callada”

La incesante búsqueda de una luz que nunca apague la sed de estar vivo (“Si alumbro es porque sé que el amor permanece,/ porque aún el alba existe tras la noche del agua”) y el saberse en paz y ajeno al miedo antes de que llegue la noche última (“y reclamar el peso de los ángeles/ que tanta compañía nos hicieron”), vertebran este iluminado y liberador conjunto del que hablo.
Tan sólo ocho poemas integran el volumen, y en ellos, además, coexiste en ocasiones ese aroma lacerante, de rebeldía contra lo perdido, que ha inundado en otras ocasiones la poesía de Gallego Ripoll. Su verso contempla de manera personalísima el ayer y el futuro en una suerte de compleja dicotomía de la que se desprenden instantes emotivos y turbadores, y que alcanzan su cumbre en el texto titulado, “Un recuerdo como un pañuelo blanco”, bello homenaje materno, que invita a una estremecedora relectura: “Yo tengo un recuerdo como un pañuelo blanco./ A veces mi madre me dice: `Con este pañuelo/ habrás de taparme la cara cuando muera;/ quiero que sea este pañuelo,/ quiero llevar para siempre sobre mis ojos/ la forma de tus manos”.

Poemario, en suma, revelador de una conciencia que respira deseo y clama melancolía, porque dentro del día, acaso, “la posibilidad de la esperanza, somos”.

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