Si hay un colectivo, capaz de auto fustigarse, ponerse a sí mismo palos en las ruedas, tirotearse los pies y, en resumen, ser el peor de sus enemigos, es la izquierda. No hay ocasión que dejen pasar para que les salpiquen sus propios principios irrenunciables.
El colectivo de izquierdas es así: habla de casta y deja de dar ejemplo, busca la excelencia en los demás sin limpiar las manchas de los propios, y abandera las más altas aspiraciones, cayendo en las más profundas bajezas.
Lo de Errejón es para hacérselo mirar. Primero, el propio individuo, que tras su cara de impúber esconde, al parecer, a alguien cuya conducta es más que reprobable. Engañados nos tenía, escondido tras sus gafas de empollón repelente. Aunque, bien pensado, no nos ha engañado: es empollón y muy repelente.
Podemos seguir por sus compañeros de partido, que sabían de su comportamiento y lo han tapado con total impudicia, como ahora reconocen. Son graves los actos del acosador, pero podríamos colocar a la misma altura la hipocresía de aquellos que reclamaban a las mujeres que denunciaran a sus acosadores, mientras ellos guardaban sus mierdas bajo la alfombra.
Lo de la derecha, pues como siempre. Dando asco siempre. Porque se permiten el lujo de venir a dar lecciones de no se sabe muy bien qué, cuando hay parlamentarios condenados por violencia de género, a los que les ríen las gracias y aplauden hasta con las orejas. Porque no se acuerdan cuando le lamían las partituras a otros denunciados por actos parecidos a los del ínclito Errejón, y los mantienen como sus hijos predilectos. De entre todas las cosas de las que puede dar lecciones la derecha española, la coherencia en su discurso no es una de ellas.
Íñigo se ha ido. Los que lo sabían y callaban deberían irse. Los que hablan ahora de instaurar protocolos, se los pueden meter por donde mejor les plazca. El daño que están haciendo a la izquierda, con sus luchas intestinas, sus puñaladas traperas y su hipocresía de alta escuela se va a cobrar en las urnas, y pasaremos de La Revuelta a Jose Manuel Soto, al silencio ante el machismo y la xenofobia, a la pérdida de derechos laborales, a la vuelta al pasado, a la misma mierda de siempre. Y la culpa no será de la gente, que no sabe votar.
La culpa es de Íñigo, por no cantar ópera.
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