El próximo 27 de abril, la Asociación Siloé cumplirá treinta años. Cuando fue creada lo hizo con un objetivo: crear un hogar para atender a personas que habían contraído el virus del Sida. Lo lograron en apenas cuatro años. En el día de ayer hizo 25 años exactamente, aunque será este viernes cuando tenga lugar la conmemoración. Será en los Claustros de Santo Domingo con un acto en el que visibilizar la labor tan importante que desarrolla la entidad en la que ahora se conoce como Residencia para Gravemente Afectados.
“El perfil se ha ampliado, pero todos llevan en común que han vivido situaciones de exclusión”Pero volvamos al principio para entender y conocer mejor el cómo y el por qué del éxito de su enorme labor sociosanitaria. Para empezar, Siloé surge en Jerez de la unión de un grupo de profesionales de la sanidad, del ámbito social, e incluso de diferentes parroquias, que estaban en contacto con zonas marginales “donde abundaba el tándem droga-sida” y que demostraron una sensibilidad especial ante lo que era todo un problema en la década de los 90. Su objetivo era el de apoyar y ayudar a las personas con Sida, y hacerlo mediante la creación de un hogar para enfermos terminales, carentes de recursos y en riesgo de exclusión social.
“En los hospitales se crearon las plantas de infecciones para atender expresamente a estos enfermos”, recuerda Antonio Barrones, socio fundador de Siloé y director del Hogar hasta 2022. “Moría mucha gente, y muchos completamente solos”, aporta por su propia experiencia y la de sus compañeros fundadores, que trabajaban en los hospitales de Puerto Real, La Línea o Jerez, donde lo hacía Rosalía Bejarano, actual presidenta de la Asociación. “Empezaron a surgir entonces algunas casas de acogida por todo el país. Aquí hubo una en Chiclana, pero como la demanda era muy fuerte, decidimos nosotros montar una”.
El Ayuntamiento les cedió el suelo en una parcela próxima a la Laguna de Torrox. “El primer día que vinimos nos llenamos de barro hasta las rodillas. No había ni carril de acceso, pero nos gustó el sitio, porque en aquel entonces los enfermos de Sida estaban muy rechazados por la sociedad y aquí no lo iban a percibir”, rememora Barrones. Las obras se pusieron en marcha y el Hogar se inauguró el 20 de octubre de 1999; el primer ingreso se produjo el 10 de noviembre. “Una persona llegada del hospital, con la enfermedad muy avanzada”. Por entonces había ya un equipo de voluntariado “muy grande”, pero a la semana, con el segundo residente, hubo que poner ya en marcha un equipo de cocina y empezar a contratar profesionales, ya que en poco tiempo se ocuparon las 15 plazas disponibles.
Esa importantísima labor ha ido evolucionando asimismo con el paso del tiempo, como recuerda Antonio Barrones. “En aquella época lo que había era enfermos de Sida. De hecho, nos pedían integrar a otras personas y si no tenían Sida decíamos que no, porque había mucha demanda de nuestras plazas para este tipo de enfermos. Afortunadamente la cosa empezó a cambiar. Los nuevos tratamientos hicieron que la enfermedad se cronificara, de manera que los enfermos vivían más tiempo, y las personas que teníamos eran ya enfermos de larga estancia. Tenemos algunos que llevan con nosotros entre 15 y 18 años”.
En la actualidad, con un total de 33 plazas, de las que 30 se encuentran concertadas con la Junta desde 2022, la mitad de sus residentes son enfermos de Sida, “pero han ido cambiando los perfiles y ya no nos centramos solo en ellos, sino en un perfil de personas gravemente afectadas”, subraya el ex director del Hogar.
Fue a partir de ahí cuando se gestó el reconocimiento como RGA: Residencia de Gravemente Afectados, otorgado en diciembre de 2022, fecha en la que Rocío García Amaya asumió la dirección del Hogar tras más de una década como profesional en el centro. “Las necesidades que nos planteaban desde la Junta apuntaban a que había un perfil de enfermo similar al nuestro, con la diferencia de que no tenían Sida. Firmamos el acuerdo para acoger a 30 personas gravemente afectadas. Las personas que ingresan tienen reconocido un grado 2 o 3 de dependencia, pero con un perfil de exclusión, que sí lo seguimos manteniendo. Tenemos grandes dependientes”. La mayoría de los residentes que solicitan plaza lo hacen porque sus familias no pueden hacerse cargo de ellos en sus hogares, aunque sí mantienen contacto, algo que no sucedía con el perfil de paciente inicial del Hogar.
Gracias al concierto con la Junta no sólo se ha garantizado su labor, sino que se ha ampliado el número de profesionales. “Tenemos un grupo de 21 cuidadores para las actividades de la vida diaria, un fisio, un psicólogo, trabajadora social, educadora social, integradora social, administrativo, mantenimiento, directora y dos limpiadoras de cocina”, enumera la directora.
De su etapa como director, Antonio Barrones tiene muy presente a Loreto, una religiosa dominica que tenía amplia trayectoria como trabajadora social, fue un gran apoyo para mí, así como Pilar Bartolomé, otra monja dominica que sigue con nosotros. “Contamos con gente entregada, tanto en el equipo de voluntariado como de trabajadores, y vas aprendiendo día a día. Cuando hay una alegría y se comparte, te alegras más, cuando hay una dificultad y se comparte, disminuye”. Y apostilla: “Me puedo sentir tremendamente orgulloso del trabajo hecho, de los resultados obtenidos y de dar paso a nuestro equipo de profesionales”.
Rocío García admite que trabajar en el Hogar “no es fácil, pero los residentes te enseñan a valorar cosas que no valorabas y te enseñan en tu día a día a llevar tu vida de otra forma. Tu trabajo es más llevadero y les ofreces lo mejor que tienes. A mí no me cuesta venir a trabajar, y para mí eso es un lujo”. Y dentro de ese trabajo se encuentra el compromiso con la integración social de sus residentes: “Diariamente se hacen talleres con ellos, y hemos conseguido a través del Ayuntamiento que vayan al gimnasio y a la piscina Manuel Mestre. Para nosotros es muy bueno porque hacemos actividades en la comunidad. Nos alegra porque es fundamental para ellos. Además, participamos en eventos importantes de la ciudad”.
Rosalía Bejarano, presidenta de Siloé, admitía recientemente que “desde el inicio hemos ido aprendiendo todos juntos, y teníamos claro que lo que queríamos era humanizar una situación que se estaba dando con el Sida. En estos años hemos avanzado muchísimo, con gente muy entregada, tanto voluntarios como trabajadores, y eso ha sido fundamental, y los propios usuarios, que hemos aprendido muchísimo de ellos. Celebrar estos 25 años es una gozada”. Un cuarto de siglo dando luz a la vida, como reza su lema por el aniversario.
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