Tres cohetes, 2.500 litros de pintura negra y el combustible de la emoción compartida han dado vida a un Cascamorras centenario, una fiesta de Interés Turístico Internacional que ha reunido este viernes en Baza (Granada) a miles de personas por una tradición que quiere ser Patrimonio de la Humanidad.
Como esos engranajes formados por miles de piezas que hacen que todo salga perfecto, así funciona una fiesta que sobrevive con el aliento de los cascamorreros, con el calor del público, con la sorpresa del que nunca ha vivido esta tradición y las sonrisas de dos ciudades: Guadix y Baza.
Un septiembre más, Baza ha presentado al mundo esa imagen efímera de pintura negra y miradas subrayadas, de carreras y calles forradas de plástico para que quede el recuerdo, pero no las manchas de una peculiar batalla de pintura y emociones que impresionó a un Cervantes que la inmortalizó en El Quijote.
Como cada año pero multiplicado por el impulso de ser viernes, un reguero dibujado con 3.000 litros de pintura negra y ecológica marca el camino por el que, desde las seis de la tarde, miles de personas inician una carrera con una emoción única pero que repite final, ese de un Cascamorras derrotado que no se la lleva.
No se lleva la imagen de la Virgen de la Piedad, patrona de Baza, a la que Juan Pedernal, un trabajador del vecino pueblo de Guadix encontró durante unas obras y quiso llevarse a casa.
Comenzó a fraguarse entonces esta fiesta única que quiere ser Patrimonio de la Humanidad de la Unesco porque Guadix y Baza quisieron la imagen de la Piedad.
La justicia de entonces apostó por una solución salomónica, la de mandar a un representante de Guadix a tierras bastetanas, un enviado que si llegaba limpio al templo se llevaría la imagen a casa. Y en eso siguen.
José Heras, el Cascamorras de este año, ha vuelto a intentar la hazaña en la que ya fracasó una vez, pero este 2024 tampoco ha logrado cambiar la historia.
Con su fracaso, el próximo lunes tendrá que volver a casa, a Guadix, para protagonizar la segunda parte de esta peculiar batalla.
Esa derrota ha empezado a pintarse en el camino zigzagueante que une las Arrodeas y la Iglesia de la Merced, un trazado en el que miles de personas han vuelto a compensar a Heras coreando un "esto sí que es un Cascamorras".
Lenta, con unas tres horas de fiesta que han parecido más un descenso en familia que una carrera, con calor a ratos y olor a aceite, la historia ha vuelto a aguar la ilusión de Guadix por recuperar a la Virgen de la Piedad y ha terminado con el ya tradicional "Y no se la lleva, y no se la lleva".
Según han informado a EFE fuentes municipales, unas 14.000 personas han dado vida a esta fiesta que se ha celebrado sin incidentes salvo algún traumatismo, varios mareos y una bandera del Cascamorras rota.
Así, Guadix volverá a castigar a su Cascamorras por haber perdido, de nuevo y como siempre, la batalla que se le ha escapado en el segundo uno, con el primer abrazo de la tradición centenaria.
Otra vez, y por una multitud que se mueve como si fueran uno, lo de correr ha sido casi imposible pero también casi lo de menos.
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