El arte del pensamiento siempre casa bien con el arte de la poesía. Una vez establecidas las coordenadas donde ambas pueden unirse, la conjunción resulta sugerente, esclarecedora, esotérica.¿Dónde empiezan y dónde acaban las raíces del tiempo glorioso en que filosofía y poesía se unen y se revelan? Precisamente este misterio es el que las hace inefables, ilimitadas en su búsqueda de enigmas y respuestas inasibles.
El órdago del hombre a la propia existencia posee una base: no cabe dudade que al humanista, al filósofo, al poeta, no le queda otra alternativa que la de fundamentar su retórica en los cuatro elementos de la Naturaleza, soportes del mundo físico: el agua, la tierra, el fuego y el aire. Manejando estos cuatro elementos, el ser humano, reconvertido en indagador de lo ignoto, debería de reconocerse capacitado para ir tras la verdad que le hará libre a partir de la palabra. Igualmente, sabemos que la frontera del conocimiento se halla en el lenguaje babélico, esencia de nuestra oralidad porque, a fin de cuentas, la verdad es inexpugnable.
Aquí radica una de las paradojas hermosas y atractivas de “Cuarto menguante” (Huerga y Fierro ed.), poemario con el que Pablo Jiménez (Navalmoral de la Mata, 1943), humanista, filósofo, poeta, cierra un ciclo de más de cuarenta años. "La patria/ de la palabra es el silencio", afirma. Aun habiendo asimilado verdad tan obvia, tan silenciada adrede, o por eso mismo, Pablo Jiménez promulga para sí ley de extranjería y se lanza en vuelo libre a manifestar lo espectral de nuestra categoría ontológica, el tiempo eterno soñado en el desvelo del durmiente, la inquietud de ser y de estar vivo. Lo explica muy bien Javier Mangano en su fino prólogo a esta edición: "La mentira vital hace entrar en juego al Espíritu, haciéndolo partícipe de una ilusión fundamental, la de dotarse de un Universo propio y lleno de sentido".
Pablo Jiménez se empeña en llevar más lejos su paradoja, esto es, al terreno de la ironía descorazonada. Consciente de que la esperanza es virtud que se pierde antes del postrer suspiro y acaba por entrelazarse con la desilusión, el escritor cacereño se proclama, en tercera persona, amanuense "en esta lengua santurrona y puta" y "un acaso albañil.../ de verbo decadente y obsoleta hermosura".
Autor de certidumbres a destajo, expone, nutre y mantiene el coraje con que la vida se extiende hasta el clamor inusitado del sigilo cósmico que nos asiste y nos desafía. El desconcierto, la duda, cuando no la indiferencia, son puro reflejo del devenir de nuestro ser atómico, de nuestra materia cenizal.
He seguido su trayectoria desde sus inicios. Y doy fe de que su evolución tan dilatada, queda más patente cuando se calibra su corte existencialista, su acaecer metafísico, nostálgico, iluminado por el relumbrón de lo que no acontece. Transcribo el terceto con que concluye "Duermevela", soneto perteneciente a “La voz de la ceniza, 1973-2004”: "El alba llegará, pero anochece./ El alba llegará cuando yo acabe./ Yo no amaneceré, pero amanece". Y estos son los últimos versos de “Cuarto menguante”: “Nochemuerte...,/ si tu razón de ser somos nosotros/ y sólo nuestros son los ojos y la música/ capaz de desvelarlos,/ ¿dónde está tu victoria?"
Coteje el lector.
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