Notas de un lector

Mapa mudo

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Con “Mapa mudo” (Fundación José Manuel Lara. Colección Vandalia. Sevilla, 2011) obtuvo Jorge Valdés el I Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado.


Este mexicano de 1955, con doce títulos ya a sus espaldas y una larga trayectoria como diplomático, ha vertebrado un interesante poemario donde se adivina un emocionado periplo por su cartografía vital más íntima. No cabe duda de que las tareas propias de su profesión le han posibilitado descubrir y vivir muy de cerca un sinfín de escenarios que son ahora referente temático de este mapa mudo.

Dos meses atrás, tras recoger su merecido galardón, Jorge Valdés confesaba que, al igual que Italo Calvino, también él cree que “hay ciudades que se alejan pero que siguen en la sensibilidad”. Sentimiento este que llega de forma clara al lector, gracias al manejo que Valdés hace del verso, siempre transparente y directo al corazón.
“Forastero de ti, mester de travesías,/ has llegado hasta Ítaca, tu última morada”, dice el vate mexicano en su poema inicial. Y ese momentáneo fin de trayecto, sirve como estación primera de un itinerario donde la memoria se hace protagonista de sus pretéritas vivencias. Y así, confiesa: “Ya no existe la casa de tu infancia,/ la casona paterna tras los cedros (…) Aquí besaste a la primera chica/ y en su nombre cazaste cien dragones”. La inexorabilidad de los años y la soledad que invade el hogar, son también materia de reflexión en esta primera parte del volumen, que lleva por título “Extranjería”: “Se han marchado los hijos de la casa/ igual que lo hice yo, y antes mi padre/ y el padre de mi abuelo (…) Nada será lo mismo con su ausencia/ a la hora del pan frente a la música”.

En su segundo apartado, “Sol poniente”, los versos se suceden bajo la “terca audacia” de las estaciones y de los espacios que una vez fueron cálido cobijo. Buenos Aires, Nueva York o su México natal… van ganando terreno en su sobrio discurso y en el cordón umbilical de sus recuerdos: “Diciembre en un andén. De vuelta a casa,/ aguardo la llegada y la salida/ de un tren que ha de llenar el túnel de humo”.
Las “Cartas portuarias” que ocupan la tercera sección, componen un caudal de gran intensidad amatoria, en el cual Jorge Valdés se recrea con un verbo erótico y sensual: “Duermes. La noche está contigo,/ la noche hermosa igual a un cuerpo/ abierto a su felicidad Tu calidez entre las sábanas/ es una flor difusa”.

Como cierre, “Archipiélago” incluye los cálidos aromas de Lisboa, un homenaje a Tapies, un viaje en tren a Madrid… y el incesante fulgor de una poesía reflexiva y honda, que nos llega, a su vez, plena de elegancia, desnudada de artificios y sanadora por cuanto de confesional esconde en su reflejo: “He aquí la inmensidad en ascuas. Dura/ donde no tengo paz, ni cuerpo y nombre/ para darme. Tan sólo soy el hombre/ que vino a contemplarlas. El primero/. El último que ardió en su escarpadura./ Esta noche no soy lo que no quiero”.

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