Los dos primeros, de nacionalidad portuguesa, ofrecían a las chicas trabajar como prostitutas, bajo el reclamo de que lo harían en un piso de lujo de la localidad y con unos ingresos mínimos de 3.000 euros mensuales.
Una vez seleccionadas las víctimas, en situación irregular, les hacían trabajar durante 21 días, al cabo de los cuales las despedían sin remuneración alguna, y no les permitían salir a la calle si no iban acompañadas por alguno de ellos.
Cuando las víctimas comprobaban que las condiciones no eran las pactadas y manifestaban su deseo de rescindir el trato, ya no las dejaban salir de la casa.
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