Siempre fui más de Supermán. El por qué lo explicaba muy bien Quentin Tarantino en el final de Kill Bill 2 en boca de David Carradine. Pero el hecho de que deteste casi todo lo relacionado con el “universo Marvel” no tiene que ver con esa preferencia. De hecho, detesto todas las películas sobre Supermán que se han hecho en los últimos veinte años -me quedo con el Supermán 2 de Christopher Reeve, y si me apuran hasta con el Supermán 3, con Richard Pryor de coprotagonista-, aunque puede que parte de la culpa la tenga el propio “universo Marvel” al imponer un estilo y un diseño de producción al que se sumó DC Comics con su franquicia cinematográfica, que, como ya alertaba Scorsese, tiene poco que ver con hacer cine.
Es cierto que me gustó el primer Ironman y que el primer Capitán América tenía cierto estilo bélico aventurero, pero a partir de Los Vengadores perdí todo interés. Todo, salvo en dos excepciones, y tal vez porque escapen a todo lo anterior, como versos sueltos impulsados por un sentido del humor que se impone al del espectáculo, o lo convierte en espectáculo mismo. De un lado, Guardianes de la galaxia; del otro, Deadpool. Películas sin más pretensiones que las de entretener y hacerte pasar un tato divertido. La primera, a través de su aire retro; la segundo a través del descaro de su deslenguado protagonista, pero también de una puesta en escena que subrayaba la personalidad lenguaraz de esta especie de antihéroe del que terminas poniéndote de su lado, haga lo que haga.
El primer Deadpool me pareció brillante, todo un reto al espectador entre el anodino “universo”, tornado ya en multiverso, que ha liderado la mayoría de producciones Marvel de la última década. El segundo rizaba en exceso el rizo, y aún así tenía sus aciertos. El tercero, este Deadpool y Lobezno, es ya, directamente, una operación comercial a partir de un experimento destinado a satisfacer a los fans y engrosar las ganancias de sus productores, aunque su fórmula me parece cansina y reiterativa. Se le agradecen sus barbaridades y obscenidades, ese lenguaje ajeno a lo políticamente correcto, pero después de una interesante primera media hora la película no hay por donde cogerla, fundida en la coartada del multiverso para garantizar sangre, degüellos, acrobacias, alguna pausa dramática y un mensaje final tan conmovedor que Deadpool lo tiene que corregir con alguna guarrada. Pero es lo que hay.
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