He de admitirlo. Hay una noticia que me tiene cogiendo moscas casi un lustro y nada tiene que ver, ni de lejos -o quizás sí-, con la agresividad instalada en la cosa pública española, de la que se empieza a contagiar la andaluza. Me refiero a las interacciones de las orcas con los veleros en el Estrecho de Gibraltar y el Golfo de Cádiz. Aquí todo es acojonante. Desde los hechos en sí hasta el eufemismo utilizado para describir los ataques de estos cetáceos a las, curiosamente, denominadas embarcaciones de recreo.
Se trata de un fenómeno sin precedentes. Desde 2020 se han contabilizado más de 700 incidentes entre Gladis -nombre con el que son identificadas por los científicos- y embarcaciones. Hasta el momento, no hay un criterio único para explicar el comportamiento de estos cetáceos. Por un lado, creen (los científicos) que un grupo de orcas tuvo una mala experiencia con un velero y tratan de parar la embarcación para no repetirla y, por otro, que se trata de un juego que les han debido gustar, y repiten constantemente.
Claro, uno que no es científico ni de lejos ha leído y escuchado a estos quienes rechazan hablar de ataques y prefieren denominarlos como avistamientos o interacciones, y estas últimas pueden ser con contacto físico o sin él. Y, en una demostración de uno de los pilares del periodismo como es atender a las dos partes, hace escasos días escuché al propietario de un velero que suele navegar por el Estrecho de Gibraltar. No es millonario y suele practicar esta afición con su familia y el mal rollo estaba latente. No entiende, por ejemplo, que hechos como el hundimiento el pasado domingo de la embarcación Alborán Cognac con dos tripulantes a bordo se siga denominando interacción y que las autoridades no hagan nada para garantizar la seguridad en la zona.
Lo ocurrido con ese velero, para quienes crecimos viendo Orca, la ballena asesina, es simple y llanamente acojonante. Ir navegando de noche en el Estrecho y que un grupo de orcas golpeen el casco de la embarcación hasta hundirla y que te puedas ver en el agua rodeado de este grupo de cetáceos con la esperanza de que se trate de un simple juego pues qué quieren que les diga: impresiona (por no reiterarme en el vulgarismo).
El patrón de velero, al que me he referido, lo tiene claro. Meridiano. Nadie tomará medidas hasta que haya un muerto y se pregunta qué pasaría si en una zona de montaña se repitieran interacciones de lobos con personas con contacto y sin él. No tiene duda. Considera que las autoridades intervendrían de inmediato.
Probablemente, aquí el deporte nacional, que no compite en París ya que arrasaríamos, tenga mucho que decir: la envidia. Algunos de nosotros pensamos que los propietarios de yates y veleros son millonarios. Por tanto, que se jodan que para eso tienen mucha guita, pero ésa no es la realidad ya que la afición por la náutica alcanza a muchas personas de la sufrida clase media.
Habrá que estar pendientes de Gladis y lo que queda de verano en una zona saturada de científicos de todo el mundo. Ellos no están acojonados. Simplemente, están asombrados tratando de hallar una erudita explicación. Espero que la encuentren y lo hagan pronto porque servidor tiene la ilusión de cruzar a nado el Estrecho. No les digo más.
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