¿Cómo era la vida en Teotihuacán?, ¿cómo eran sus habitantes?, ¿cómo se organizaba su sociedad?, ¿cuáles eran sus creencias? y ¿por qué se produjo su declive? son algunas de las preguntas que encuentran respuesta en la exposición, que estará abierta al público hasta el 19 de junio, antes de viajar a CaixaFórum Madrid (julio a noviembre).
Entre las obras que el visitante puede ver en el recorrido hay pintura mural, esculturas en piedra, estatuillas trabajadas en obsidiana, recipientes de cerámica, suntuosos ornamentos de joyería prehispánica y máscaras rituales, algunas recubiertas de turquesa, además de figurillas de animales mitológicos de gran importancia en Mesoamérica, como el jaguar y la serpiente.
La directora del Museo Nacional de Antropología de México, Diana Magaloni, ha explicado hoy en la presentación que en la exposición se incluyen desde "objetos localizados en las excavaciones del siglo XIX hasta los más recientes descubiertos en el Palacio de Xalla, al norte de la Pirámide del Sol, así como piezas del Museo de Antropología hasta ahora nunca exhibidas".
Entre las obras emblemáticas destacan el Gran Jaguar de Xalla, una fachada escultórica descubierta hace pocos años que conserva gran parte de su policromía; y el llamado Disco de la Muerte, figura en piedra que alude al misterioso fin de esta antigua civilización.
Teotihuacán, que literalmente significa "ciudad donde los hombres se hacen dioses", fue considerada por los aztecas "la ciudad en la que se creó la música, la pintura, la escultura y el relato del tiempo, por tanto la escritura de la historia".
Debió ser una metrópoli, apunta Magaloni, que "brillaba por sus colores, con todos los templos y casas pintados con hematita, una arcilla brillante" y "con sus 22,5 kilómetros cuadrados y 125.000 habitantes tenía en el siglo V de nuestra era más población que Roma".
Uno de los enigmas que todavía ocupa a los especialistas, recuerda la directora del museo, es la ausencia de tumbas o de monumentos dedicados a los gobernantes, como sí se han hallado en otras culturas mesoamericanas como los mayas, algo que "mantiene la incógnita sobre qué forma de gobierno tenía Teotihuacán".
Existe un debate abierto en torno a ese extremo, y mientras unos postulan un sistema social y político basado en las decisiones de varios gobernantes, otros sugieren un gobierno unipersonal.
En cualquier caso, añade Magaloni, "parece ser que los mandatarios se mantenían en el anonimato": sacerdotes, comerciantes, embajadores y militares aparecen representados en la pintura mural y en la cerámica, pero por sus tareas y oficios, y no como individuos en sí.
A la vista de las figuras exhibidas, las esculturas antropomorfas seguían un único patrón estilístico que se reflejaba en la manufactura y en las proporciones de cuerpo y rostro, y en la pintura mural hay también una cierta homogeneización y un uso similar de materiales, como la mezcla de mica en la pasta del estuco.
La llegada de inmigrantes de diferentes lugares de Mesoamérica, atraídos por el esplendor de Teotihuacán, supuso la introducción de nuevas técnicas y estilos.
En el Barrio Oaxaqueño se encuentran, por ejemplo, elementos característicos del arte de los valles centrales de Oaxaca, como las urnas funerarias y la cerámica gris.
El fin de la Ciudad de los Dioses sigue siendo un "misterio", comenta Magaloni, y la evidencia arqueológica, con gruesas capas de ceniza halladas en los yacimientos, parece indicar que "hacia mediados del siglo VII, toda el área metropolitana fue arrasada por un enorme incendio".
El Disco de la Muerte, mutilado en la acción destructiva contra la ciudad, evoca el final de aquella civilización, que se colapsó por la suma de revueltas internas contra el poder, el aumento de la población, el bloqueo de las rutas comerciales y la invasión de los pueblos vecinos.
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