En este santiamén de nacer, vivir, crecer, una mañana desperté y sin apenas darme cuenta habían pasado 65 años. En esas más de seis décadas de mi paso por la tierra, con o sin asombro miré al espejo, y como aquella ‘bruja de los cuentos’ pregunté. ¿Soy ya un viejo? ¡Claro que no!, le contesté de inmediato a la figura que con sus débiles- gestos intentaba disminuir mis sentimientos. Y le dije: “soy consciente de que la juventud se alejó y mi fortaleza ha disminuido, pero no lo suficiente como para ser excluido de la sociedad”. Y con indiferencia –le dije–, porque me he convertido en un SEXALESCENTE.
La sexalescencia es como un prolongado pensamiento o una atrevida actividad. Algunos pensarán que estamos desfasados. Nada más erróneo que nos etiqueten de tercera, cuarta o quinta marcha como los automóviles; nos pongan nombres como `porreta´ o `cebolleta´, o nos consideren degenerados que pretendemos saltarnos la vejez. Sabemos lo que cuesta llegar a la vejez, que no es lo mismo que subir la `cuesta de Vejer, que incluso para los buenos ciclistas supone un gran esfuerzo. Es cierto, que nos sentimos jubilosos con la jubilación, no solo por recibir merecidas pensiones si tener que `doblarla´, sino porque hemos dado tantas vueltas que estamos de vuelta para enfrentarnos a esta nueva vuelta. Ya conocemos las anteriores, donde quizás por compromiso, responsabilidad, honestidad… no abusamos de nuestros conocimientos. Ahora, después de aprender a mantenernos estables con o sin bicicletas, incluso nos aventuramos a escalar altas montañas, aunque sepamos que después de la cima todo es cuesta abajo. ¡Pero qué grandeza tocar las estrellas antes de llegar al cielo!.
Somos inquietos porque no podemos quedarnos quietos, siempre hay tiempo para eso. Para que haya suficiente para todos, somos felices con lo necesario. En ocasiones, experimentamos mucho más que cuando teníamos la obligación de experimentar. El prefijo `menopausia´ y el sufijo fitopausia (pausa o abandono), los superamos mejor que “el `Maspapa” –uno de los mejores chirigoteros de San Fernando–. Difícilmente nos venimos abajo, sobre todo los que, como yo, nacimos bajitos. La cocina me da la libertad que mi familia me permite. A veces me riñen cuando me paso con el picante. La mayoría de nosotros entrenamos tantas edades que volveríamos a entrenar como juveniles. Aunque soy de los que piensa que ningún tiempo pasado fue mejor, no me importaría repetirlo. La vida siempre regala algo que no sabíamos: lo importante es descubrirlo a tiempo. Prefiero la ilusión a la desilusión; la aptitud a la ineptitud. Tenemos que convencernos, mantenernos, defendernos. ¡Nunca ya no! ¡Siempre ahora sí!. Nuestro D.N.I. es infinito y no caduca, aunque procuramos relacionarnos con personas de nuestra edad. Otra cosa sería equivocarnos. Cambiamos caspa por experiencia, en mi caso `pelos´… Evito conversaciones con conversos, semidioses, religiosos y profetas; alimento mis neuronas y no mi grasa, e intento no seguir dietas desequilibradas para mantener el equilibrio en el alambre de la vida.
Hay ojos que se cegaron sin saber lo que veían y sentidos que no advirtieron lo que sentían. Nosotros, después de mucho vivir, descubrimos que un instante puede ser infinito, una palabra el mejor tesoro y una mirada toda una vida. Todo eso y más lo aprendimos gracias a la SEXALESCENCIA.
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