No por muchos carteles la gente se vuelve más responsable. Pasa igual con todo. Estamos en una pecera en la que vemos- y nos ven- para reclamo de publicidades y ventas. Solo somos números que trabajan, comen, defecan y mueren, y no por ese mismo orden. Podría decirse que nacemos para morir, pero nacemos –en verdad-para comprar nuestra propia existencia. Los niños del mañana, esos que sus madres pixelaron aun antes de nacer, serán los tiktoqueros del futuro , con las siglas que entonces se usen. Qué otra cosa podrían ser sino manipuladores de la imagen, protagonistas apasionados de miles de videos que verterán como agua fecal a pozo sin fondo de datos, bytes y pantallas. No es que ya demos una pequeña pantalla a un lactante para que no jorobe, sino que proyectamos sus cólicos, sus cambios de pañales, sus tetadas y otras naturalidades, segundo a segundo.
El alzhéimer, los trastornos mentales, los múltiples embarazos, las familias muy numerosas no son sino reclamos para insertar publicidad las marcas, que ven filón gratis al patrocinarlos hasta que encuentren otro que tenga más seguidores que ellos. El visionado es la nueva radio, la muerte de los realitys y” él no va más” a cualquier edad o clase social. Por fin se ha conseguido la igualdad, la libertad y el palo rasero que nos robotiza a todos sin distinciones por la raza, el físico , la mente o el país al que pertenezcas, la ideología que tengas o a lo que te dediques. Todos por igual enseñamos, mostramos, presumimos o adolecemos de falta de pudor a la hora de sacarnos las vísceras para mayor deleite de una sociedad que anda tan histriónicamente peripuesta como la revolución francesa con la guillotina o los neardenthales con sus enterramientos caníbales. Hemos dado paso al abismo y ahora nos come por entero, solo que no tenemos otra cosa qué hacer, ni qué decir, porque creemos que es lo mejor que nos ha pasado esto de las nuevas tecnologías que hacen que llegue la cultura a todas partes y que propicie que se puedan hacer estallar bombas con teléfonos móviles adosados a ellas. Todo tiene su punto como el almíbar, la vinagreta y el caramelo; La magia está en dárselo, pero es muy complicado porque a la vida le gusta amancebarse con la prepotencia, el orgullo, la falsería y la envidia. Lo mismo es eso lo que me enferma a mí, que no sé cómo ponerme ante un móvil porque me duelen los ojos de tanto foco al haber nacido estrecha de miras, espuria de lo ajeno e introvertida a partes iguales.
Me gusta ver a mis amigos prosperar, pero no a otros hacer el idiota, no por pudor ajeno sino porque sé que hay miles de cosas mejores que acercarse a hacerse una foto a un acantilado o tirarse por él. También es penoso cómo algunos gestionan sus redes, sus viajes, sus conquistas o sus taras al modo de los influencers (madre mía que palabra para designar a gente que realmente no ha hecho nada en la vida más que pasarse el día pensando cómo lucirán mejor para que sus fanáticos le den muchos likes). No se perdió Roma por las legiones sino por los emperadores fanáticos, no por arder sino por quemarse. No se murió Filipo por enseñar sus artes amatorias y estéticas a los zafios romanos, sino por dejar la espada y coger el trono que solo empequeñece y estorba -como el de hierro- a los que quieren vivir libres a lomos de un dragón. Pero somos espermatozoides ganadores. No se nos olvide. Y queremos seguir la carrera para triunfar, porque todos hemos nacido de un sueño que se nos pudre en la rutina, en los horarios combinados, en la familia autoimpuesta, en las arrugas y la flacidez para amargarnos la vejez, los viajes, los fines de semana y los días libres de la cárcel de tener que trabajar para comernos el pan. Por eso quizás queramos ser luciérnagas y volar para que nos vean todos en la noche, a pesar de que sepamos que nos van a devorar precisamente por eso, que nos fumigarán y destruirán porque siempre hemos pensado que mejor muerta que sencilla, que sencilla, que sencilla.
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